Querido Jorge,
No te engañes por el estilo de este texto: es un comentario sobre tu más reciente novela… pero también es una carta para ti. Te conozco y sé que eres un hombre quitado de bulla, discreto y sencillo, que no se encandila con halagos, ni se infla fácilmente con el aire de los reconocimientos; pero tú también me conoces a mí y sabes que nada me detiene para ser honesta y decir lo que pienso sin florituras. Y, justamente por honestidad, me abstuve de escribir una reseña distante y acartonada, fingiendo que redacto para la sección de comentarios de libros de un prestigioso medio, o algo así, con un aplomo que, a estas alturas, es innecesario. Llevo años reseñando tus libros desde una distancia injusta para ambos y un poco agotadora para mí, que tengo que jugar acomodando los sentimientos y las emociones para decir que algo me gusta como si no te hubiese visto nunca en la vida, en aras de una objetividad que no existe para hablar de libros.
Sería caprichoso e incluso inmaduro pretender objetividad cuando a uno le gusta un libro. Pero hablar de lo que nos gusta, sobre todo cuando lo hizo alguien a quien apreciamos es, como decimos en Chile, “una recomendación que viene muy de cerca”. Hace menos de veinticuatro horas terminé de leer El vacío en el que flotas, tu más reciente novela. Lo primero que tengo para decir es que esta, para mí, es tu mejor novela, aun cuando siempre nos perseguirá a muchos lectores la sombra eterna de Rosario Tijeras. Creo que El vació en el que flotas es una colcha perfectamente bien construida con los retazos muy bien cortados de cada una de las narraciones y las costuras sólidas de la historia. Es una colcha agradable para cobijarse y sentirla.
Como esta carta no será del todo privada, seré selectiva en mis comentarios para no dañarle la historia a los potenciales lectores, aunque siendo rigurosa, tú eres el maestro del spoiler; puedes comenzar la historia por el final sin ningún inconveniente ni empacho, porque inmediatamente botas un tarro de miel sobre el libro para que uno se quede pegado como mosca. Capturar es los tuyo, sin duda. Cautivar también. Aun me queda descubrir – y esta es una curiosidad más de la escritora frustrada que soy – cómo te las arreglaste para contar en un mismo libro, en trescientas trece páginas, la historia de un atentado brutal y de un niño desaparecido trágicamente y de unos padres desconsolados, sin que todo ese dolor y esa amargura se impusieran a las historias paralelas de un hombre que es mujer cuando puede y cuando quiere, y que siente que la vida le da una segunda oportunidad al ser madre y padre, y de un escritor que le pega al ganador con su primer libro y se transforma en un best seller, pero también en una suerte de sombra que corre con urgencia detrás de su próximo libro sin casi alcanzarlo.
Y dentro de cada una de esas historias, otras historias más, con personajes que parecen inocuos, sutiles, secundarios pero que están ahí para quedarse en la memoria del lector. Amé a Uriel y cada una de sus reflexiones en clave de oración, mientras vive como un personaje que se transforma en vedette de cuando en cuando y que tiene playlist propia. Y hago un paréntesis para decirte que debemos crear en Spotify esa playlist y escucharla sin parar: yo la comienzo, tú la continúas. Cierro paréntesis. Es imposible no vivir como propio el dolor de Celmira y hasta cortar la respiración para sentir la mano invisible que no pocas veces nos ahoga cuando estamos en el límite. Si pudiera escribirle esta carta a alguno de tus personajes, sin duda la dirigiría a Ánderson, para que se ponga las pilas con el próximo libro. Es un escritor con talento, ya lo veo.
Este libro que escribiste es una cuestión, entonces, de piezas perfectamente cosidas, de hilos fuertes y luminosos, de una técnica consistente que viene tomando distintas formas – algunas caprichosas – desde el que para mí es el padre de la novela moderna, es decir, tu padre: Stendhal. Ánderson estará de acuerdo conmigo que escribir no es un asunto de juntar palabras, que no todas las historias valen la pena ser contadas, que no todas las imaginaciones son suficientes para darle a un lector la satisfacción única que al menos a mí me proporcionó leer este libro: la satisfacción que te da el cambiar de vida por un instante. De suspender y evadir por un momento este mundo tan agotador, para cambiarlo por uno más ficticio, pero más amable y estimulante.
Son infinitos los sentimientos, precedidos de sus correspondientes emociones, que me quedaron con este libro, pero creo que, en virtud de no hacer una lista larga e innecesaria, puedo resumirlos todos en uno solo: admiración. Admiro profundamente, públicamente y sin ambages ni matices al escritor que eres. Al escritor en el que te has convertido en todos estos años de consecuente evolución de la que me siento testigo privilegiado desde 1999.
Espero que te guste esta carta, porque tiene un final feliz.
Un abrazo,
Laura.