«Señor Juez, señor juez, mi delito es por bailar el chachachá.», dice una popular canción cubana de 1956, que ahora mismo escucho en voz de la Orquesta Aragón. No todos los libros tienen su banda sonora (como suelen tenerla las películas), pero Delito por bailar el chachachá no solamente tiene esta canción como inspiración del título, sino que su técnica de escritura se nutre de ritmos como el bolero y el chachachá.
Escrito por Guillermo Cabrera Infante y publicado en 1993, Delito por bailar el chachachá consiste es un conjunto de tres cuentos, de los cuales el último se titula igual que el libro. Los tres cuentos ocurren en el mismo lugar, con los mismos personajes, y las variaciones entre uno y otro cuento son lo suficientemente sutiles como para exigir a su lector un compromiso con el libro. En compensación al esfuerzo, el lector será transportado a una Habana maravillosa, a un restaurante pintoresco, a la conversación en medio de la intensa lluvia, de una pareja de amantes que se aborrecen y se odian y se aman a la vez y a una visión dura y ácida de una época histórica particularmente especial para los cubanos: 1956.
Debo confesar que esta obra me resultó fascinante pero compleja, en parte debido a lo que el mismo Cabrera Infante explica en su prólogo cuando se refiere al minimalismo musical que inspira su técnica: «esa música repetitiva a la que da sentido (pero no dirección) su infinita repetición que es una fascinación». A eso apuntan estos cuentos, a la repetición, y esta a su vez consigue ser exitosa gracias precisamente a la dirección que toma el lenguaje en la pluma del autor. Sin embargo, acto seguido, Cabrera Infante explica qué relación tiene esta repetición musical, con su repetición literaria: «La literatura repetitiva trata de resolver la contradicción entre progresión y regresión al repetir la narración más de una vez» . En esta obra la narración se repite, pero la ardua tarea de resolver la contradicción de la que habla Cabrera Infante, le queda al lector. Les aseguro: ese gran reto será un de un gran placer también.
Mención aparte merecen los guiños y frases del último cuento, el único de los tres narrado en primera persona. Las disgresiones del narrador son un deleite, como es deliciosa la agilidad con la que se van intercalando dentro de su divagación. Algunas merecen ser transcritas y no sobra decir que tienen su buen tinte político: «Comunista: animal que después de leer a Marx, ataca al hombre», «Stalin debió ser también un espíritu frío antes de ser una momia helada», y esta sutileza del primer cuento: «Los protestantes son católicos con insomnio».