Pido disculpas de antemano por hacer personalísimo este escrito. Creo, y es mi modesta opinión, que la lectura más juiciosa es aquella que nos permite sacar las conclusiones más poéticas y honestas. Esa lectura que se compone también de un «hola» y un «hasta siempre», pronunciados al inicio y al final del libro, respectivamente, por dos voces: la del autor y la del lector.
Cuando ya no importe llegó a mí accidentalmente. En uno de esos días malditos de Santiago de Chile, frío, neblinoso, en medio de engorrosos trámites de oficina. Iba muy apurada camino hacia la compañía eléctrica para pagar las cuentas de energía de la empresa y me detuve de un frenazo: una librería interesante y aún desconocida para mí. ¡Un hallazgo de otoño! Para celebrarlo, la recorrí de cabo a rabo. Hurgué en sus cofres para rescatar, si los había, sus tesoros. Y sí que los había. Hacía varios años había leído a Onetti, pero nunca se me había ocurrido acercarme a su último libro, Cuando ya no importe, ese que en sus biografías clonadas es llamado “su testamento”, probablemente por publicarse en 1993, un año antes del fallecimiento del autor. Y también por su contenido, que inspira despedida en cada línea.
Pero Cuando ya no importe no es “su testamento”, sino nuestro testamento. El de todos los que lo leemos. Es la forma en que todos desearíamos recordar nuestro pasado, sea cual sea este. El desahogo que nos depara el futuro.
Carr, un hombre empujado por los azares de su vida y la miseria, llega al pueblo de Santamaría y comienza a escribir en forma desordenada, pero constante, el recuento de su estadía en ése y otros lugares. Una suerte de memoria fragmentada. Una estadía plagada de voces. Carr juega con el tiempo de su vida, con su pasado, algunos tintes de su infancia, pero sobre todo, adiciona a la narración propia del diario de vida, un conjunto de reflexiones que sólo pueden nacer desde la tranquilidad del corazón en reposo. Carr ha llegado con un trabajo específico a Santamaría, truculento pero bien pagado, que le permite una determinada estabilidad material, pero que también le permite, en una especie de dinámica reposo-movimiento, observar y expresar su visión de un mundo caído en melancolía. Y aquí difiero una vez más con la visión más oficial que se tiene de Onetti como autor del pesimismo. «Cuando ya no importe» es melancolía pura, la soledad en su más bella expresión: el pensamiento de un hombre consigo mismo.
En el primer párrafo de su diario, Carr se refiere a la mujer que lo abandonó y dice: «Cómo no comprenderte si ambos compartimos, casi exclusivamente, el hambre». Relamí esa frase mil veces y no logré encontrar otra en mi memoria, que pueda ser reflejo de lo que todos llamamos amor. Una frase que destila soledad y desgarro y enternece. Carr es un intelectual y la voz que se cuela entre sus notas, Onetti, también lo es. Carr es también vehículo de Onetti. ¿Y no es maestría confundirse con la voz del propio personaje? Lo es. Y también lo es envolver en la sencillez de una divagación simple el fuego de una pasión personal.
A medida que se avanza en el diario de Carr, avanzan esos momentos de comunicación autor-personaje que a su vez le hacen un guiño al lector: «releía viejos libros como si estuviera logrando unirme de verdad a los autores y el placer se mezclaba con la tristeza de sentirme ausente», habla el Onetti lector, sin duda. Luego habla el Onetti escritor: «un pasado creíble sólo puede ponerlo por escrito un novelista, un mentiroso que hizo profesión en la mentira».
Hace unos años, un amigo me dijo que su mayor reto al escribir, era poder transmitir su observación particular del mundo, de la vida. Lograr pararse en un punto del planeta y sentir que incluso con los ojos cerrados, era capaz de extender su presente más y más. Carr se planta en Santamaría y empieza a engrosar su «montañita de los apuntes» con esa extensión del tiempo desde su presente. Aunque Carr pretende hacernos caer en el artificio de que esa montañita de apuntes puede ser escrita de cualquier forma y almacenada sin orden y que realmente ya no importa, lo cierto es que cada frase, cada palabra en la que se va colando su vida, su amor por el perro fiel tra; su ingenuidad al creer que en el pueblo nadie sospecha de una posible relación más íntima con Eufrasia; las alusiones a la política, difusas pero elegantes, encarnadas en el personaje llamado – que cosa más acertada – Autoridá; su encantamiento por Elvirita; todo esto va configurando un pálpito que va al ritmo del corazón del lector que también va mascullando las divagaciones de Carr.
Cuando solté esta obra, sentí que había atrapado un poco más de poesía. ¡Qué diablos! – me dije – No escogí nacer en un país latinoamericano, emigrar dentro de Latinoamérica, no escogí un apasionamiento desbordado por la literatura, pero sí escogí, accidentalmente, hacerme acompañar por esta obra Onetti en este último mes y paladear la poesía desprevenida y camuflada que van desbordando estas páginas y debo concluir que ese es el verdadero testamento: un legado de literatura latinoamericana.
¿Cuál es el destino final de este testamento? ¿Qué le queda legar a Onetti? ¿El amor? ¿Lo escrito tenía por destino esa mujer lejana a la que dedica su frase inicial? Carr responderá: «miro la montañita de los apuntes y sé que no tienen destino. En la vida de todo hombre normal y maduro hay siempre una mujer lejana. Por la geografía o los días. Nunca volveré a ver a mi Lejana. Si vive, pisa un punto de la tierra ignorado por mí. Y si llegara a producirse el milagro, ya marchito, del reencuentro, tampoco le ofrecería mis apuntes como lectura. Tal vez, Lejana, te mostraría el montón de hojas como una avergonzada y lastimosa prueba de que he existido en tu ausencia».
Tal vez, Onetti, cuando ya no importe, porque eres eterno, nos vamos quedando con este testamento inolvidable, para seguir viviendo en su presencia, acompañados por Carr.
Publicado originalmente en www.otrolunes.com
1 comentario
Añade el tuyo →Querida laurita, estoy empezando a pisar por un camino que tu ya vienes recorriendo y con buen éxito. Debido a un trabajo práctico me enontré con tu comentario sobre el escritor Onetti, al que hoy estoy descubriendo y me sentí tocado por tu sencibilidad al brindar tu parecer. Gracias por tu aporte. Espero que nunca cambies. Un beso.
PD:en algún momento entraré a esos sitios como facebook y twitter, todavía soy un poco cavernícola