El pasado 10 de Junio, el poeta colombiano Ramón Cote Baraibar recibió el premio UNICAJA de poesía por su obra Los fuegos obligados.
El primer libro de Ramón, Poemas para una fosa común, fue publicado cuando él tenía tan sólo 20 años. Desde entonces su poesía se ha convertido en una progresión de la memoria como fundamento de sus versos y ha desembocado en Los fuegos obligados, un libro en donde se funden infancia, desarraigo y amor. Sin ánimo de comparar los poemas entre sí, “Cerezas & Granizo” se reserva sin duda un lugar especial: en este poema se encuentran pasado y futuro en medio de una evocación casi infantil.
¿Cómo fue el anuncio del premio y cuál fue tu primera reacción?
Me llamaron una mañana de julio, como a las 8:00, y cuando sonó el teléfono le dije a mi mujer que fuera la persona que fuera dijera que yo ya había salido para la oficina. Pero cuando ella oyó un acento español, pensó que se trataba de algo importante. Me emocioné mucho con la noticia y con la manera cómo el propio jurado, uno por uno, pasó al teléfono a darme la enhorabuena. No me lo creía.
Te tardaste 20 años en escribir este libro “porque en el camino otros libros me escribieron a mí” ¿Qué hace que un libro repose y continúe tanto tiempo? ¿Sólo la aparición de otros libros en el camino?
Si te contara todo lo que le ha pasado a Los fuegos obligados no me lo creerías: estuvo a punto de publicarlo en los ochenta El Equilibrista, lo presenté a un par de concursos de poesía en los 90, en una solapa de un libro mío pusieron sin mi consentimiento que ese libro ya había sido publicado, pero con otro título: Los fuegos olvidados, tal como a veces aparece en Internet, en algún momento lo consideré como un libro muerto. En fin. Afortunadamente nada de esto sucedió porque este libro tenía un destino distinto al de los otros y fue el de esperar, y como diría Machado, “el que espera sabe que la victoria es suya”. Y esa espera me dio la distancia y el tiempo para poner y quitar poemas, para clarificar sus partes. Por supuesto que paralelamente a Los fuegos… fueron surgiendo otros libros, tanto de poesía como de prosa, libros que, como recuerdas, me escribieron: encontré unas vetas maravillosas que me era imposible abandonar y así surgieron libros como Colección privada, con poemas sobre cuadros, o Páginas de en medio, un libro de cuentos en el que parto de la narración de otros autores para inventar una historia paralela.
¿La lectura de algún otro poeta ha contribuido en tu proceso creativo durante estos años de escritura de Los fuegos obligados? ¿Cuál, Cuáles?
Creo que lo más importante en el proceso de la escritura es la propia lectura. Creo que en este libro tengo deudas impagables con Claudio Rodríguez y Jaime Gil de Biedma, dos de los más grandes poetas de la generación española del 50. También con Eugenio Montejo, a quien le agradezco esa concisión y delicadeza, y sobre todo esa claridad. También hay algo del polaco Zagajewski, poeta que descubrí hace como unos cuatro años y ha sido una fuente constante de felicidad, cosa que no es más que la escritura.
Hace un par de años la Universidad Externado de Colombia reeditó tu libro Botella papel. En este libro se evocas oficios que ya desaparecieron en Bogotá y los homenajeas con el recuerdo poético. ¿Cómo es actualmente Bogotá, la ciudad, la capital, para un poeta?
Curiosamente parte de la respuesta a tu pregunta está en los poemas de Los fuegos obligados, sobre todo en la primera parte, donde hablo de la ciudad desaparecida, la memoria demolida. En la medida en la que nada queda, es importante que algo quede en las palabras. La memoria es como otro brazo, como otra pierna y al perderla, perdemos la locomoción, la manera de relacionarnos con el mundo. Con Botella papel descubrí que todo, aun lo más sucio y feo y antipoético podía ser poético y ese fue una de las cosas que más me animó a escribir ese libro: que podía hablar de los vidrios que coronan los muros, los perros que ladran en los talleres de mecánica, los taxis viejos, las zapaterías. Curiosamente hace poco el crítico peruano Edgar O´Hara dijo que los poemas de ese libro guardan una gran filiación con las Odas elementales de Neruda, comparación que me enorgulleció muchísimo. Fíjate que entre los 13 y los 18 años leí a Neruda como un poseso y, cumpliendo la ley del péndulo, lo dejé de leer por completo, salvo Residencia en la tierra que es uno de los libros que más me han marcado y que considero como la cumbre de la poesía en español del siglo XX. Hace unos años me dio por leer a todo Neruda, desde Crepusculario hasta los libros finales, y claro, caí rendido a sus pies. Tuve la suerte de estar en el 2008 en Isla Negra y le agradecí a la vida y a su poesía ese encuentro maravilloso con una de sus residencias en la tierra.
¿Cómo imaginas o qué esperas de tu público lector mientras escribes?
Los lectores son los que juzgan tu obra y he tenido la suerte de tener algunos a los que les gusta mucho lo que he escrito, sobre todo en Los fuegos…
¿Qué inspiró el poema “Cerezas & Granizo”?
La respuesta de esa pregunta se enlaza con la anterior pues gracias a ese poema he recibido gestos de afecto de muchísimas personas, desconocidas casi todas, que me han agradecido esos versos. El poema se basa en una circunstancia estricta: entre febrero y marzo suelen florecer en la sabana de Bogotá los cerezos y, al tiempo suelen caer unas terribles granizadas. Volví una tarde del trabajo a la casa y al ver el parque de al lado de mi casa completamente blanco y con las cerezas caídas, mi mujer me contó que mis niñas y varios vecinos de su edad habían estado jugando a hacer figuras de nieve y a comer las cerezas heladas. Esa imagen, de lo redondo, de lo blanco y lo rojo, de que ese momento tenía un sabor, de que nunca se olvidarían de ese instante, hizo que el poema se escribiera solo. El material estaba dado, solo faltaba escribirlo. Ha sido mi poema más difundido y me alegra que así lo sea. Y creo que es porque toca una fibra en la sensibilidad de todos y que a todos nos pertenece. Es una maravilla cuando la experiencia personal se convierte en vivencia compartida, cuando la voz personal del poeta deja de ser individual para ser colectiva.
En la última parte de Los fuegos obligados, rindes homenaje a la palabra y te haces varias preguntas sobre ella. Ahora yo te pregunto a ti ¿La palabra atrapa al poeta?
En la última sección del libro, titulada “Es un decir”, quise abordar el tema de la escritura, ahondar en su misterio y en su inutilidad, y en meterme en sus mecanismos, en su “fértil miseria” como dijera Mutis en un poema. La palabra atrapa al poeta solo cuando ésta está rodeada de todo un cúmulo de sensaciones, de historias. Cuando es su esencia, cuando es el centro pero a su vez es la circunferencia. Para decirlo de otra manera, la palabra debe ser como el resto de un naufragio que, por un solo objeto, se puede reconstruir todo el barco y sus tripulantes y el mar. La palabra tiene que ser como la camisa abandonada en un hotel por un viajero, una billetera, pues solo así nos puede reconstruir y dejar constancia de nuestro asombro.