Este martes se presenta en Bogotá la más reciente novela de Jorge Franco, Santa suerte. Se trata de la historia de tres mujeres, tres hermanas que comparten la casa, y el infierno en el que se transformaron sus vidas. Amanda, la mayor, espera obsesivamente una llamada de amor mientras escribe cartas que nunca envía a su galán, Jénnifer, la hermana del medio y voz predominante de la obra, es una masoquista redomada, que siente placer en autoflagelarse y lo hace, además, con fines económicos, y Leticia, la menor, recuerda cómo ha transitado por una vida que incluye vivir el mundo “de los hombres sin ideas y con pistolas”. La Suerte, por qué no, es la otra gran protagonista de esta historia, nada más y nada menos que “la santa que nos mantiene vivos”, dice Jorge Franco. El autor conversó con El Espectador sobre Santa suerte, las anécdotas que le dieron origen, y la fascinación que siente por el infierno femenino.
Entre cada novela suya hay un período de cuatro años. Después de su publicación anterior, ‘Melodrama’, ¿cómo surge ‘Santa suerte’?
Publico un libro cada cambio de presidente, sin incluir reelección. Desde hace mucho tiempo me daban vueltas en la cabeza dos historias de mujeres, dos anécdotas reales, pero muy breves, sin mucha historia, y cuando terminé Melodrama comencé a imaginar una historia que las reuniera, pero más que historia me apareció una casa incendiándose. Luego sentí que dos mujeres no eran suficientes para mi proyecto, entonces me inventé la tercera para ponerla la tercera pata al trípode.
¿Quiénes fueron las dos mujeres que surgieron primero?
Las primeras fueron Jénnifer y Leticia. Amanda llegó después y es un producto 100% de la imaginación. También quería con esta novela reivindicar el derecho a imaginar que tenemos los escritores, porque parece que muchas veces se les da más valor a los libros que están íntimamente relacionados con hechos reales. Y quería escribir una de esas novelas que se hacen mirando al techo.
Si Jénnifer es producto de una anécdotas real, ¿eso significa que se le apareció por ahí alguna vez una Jénnifer, moreteada, golpeada, pidiéndole ayuda?
Hace mucho se me acercó una mujer en un semáforo, yo iba en el carro, ella estaba muy bien vestida y llevaba como un niño de brazos, un bultico, me dijo que la habían robado y de una manera muy educada, casi con vergüenza, me pidió plata para un taxi. Luego, como a los dos meses me la volví a encontrar y le hice el reclamo y ella salió corriendo. Y el año pasado, cuando ya estaba escribiendo la novela, llegué de un viaje y en el aeropuerto se me acercó una mujer, también iba bien vestida, y me dijo que le habían robado su bolso o algo así, y me pidió dinero para poder llegar a su casa. Yo se lo di encantado.
¿Cómo llega a esas voces femeninas, cómo logra hablar por estas mujeres?
No sé, como lector siempre he preferido los personajes femeninos a los masculinos, pero no podría precisar por qué. Creo que sí tiene que ver con mi entorno, pero creo también que he hecho un ejercicio de aproximación a esas voces. Primero me he acercado a ese mundo desde afuera, desde el punto de vista de un narrador masculino, y ahora probé una vez más desde la primera persona del femenino, al menos con dos de ellas.
En una entrevista reciente dijo que se siente siempre en un proceso de aprendizaje… Sin embargo, desde ‘Rosario’, debe haber alguna novela que para usted signifique su maduración como escritor, ¿no?
Yo creo que con Melodrama di un giro importante para mí. Es una novela con una estructura más compleja, más elaborada, y doy también un giro respecto a los personajes.
‘Santa suerte’ tiene muchas correspondencias con ‘La casa de Bernarda Alba’, obra de teatro de Federico García Lorca. ¿Tuvo algo que ver ese libro con su novela?
Ya me han hecho esa mención, y puede ser cierta. Cuando era muy joven me gustaba Lorca (ahora no tanto), y me gustaban mucho las mujeres de sus obras teatrales, en particular La casa de Bernarda Alba. La vi en teatro varias veces y también una buena adaptación al cine, me gustaba ese infierno femenino.
En el equilibrio de aparición de las tres mujeres de su historia, la balanza se inclina más por Jénnifer, ¿por qué?
Tal vez porque fue la primera en llegar. Necesitaba que una de ellas contara toda la historia, que llevara la narración de una manera cronológica, y bueno, con Leticia tuve problemas para encontrarle el tono y la voz, y con Amanda sabía que no podía abusar del lector, entonces sentía que Jénnifer era la más apropiada.
¿De alguna manera Leticia fue más difícil de construir?
Sí, mucho más, aunque al final sentí que había más problemas con Amanda, por su tono, que podría ser muy meloso. Además Amanda es obsesiva y monotemática.
Hay un fragmento del libro en el que se habla del poder igualador de la coca. Cito: “Por esa noche las diferencias estaban de rumba y moral era apenas un árbol de moras”. Aunque esa frase está en el contexto de una época pasada, ¿cree que es válido todavía en este tiempo, para la Colombia de hoy, por ejemplo?
Yo creo que sí. Creo que la rumba y el vicio son muy democráticos, igualan por abajo, se borran principios, valores, queda uno expuesto a los instintos.
¿Qué está leyendo ahora, o qué libro ha leído que le haya llamado especialmente la atención?
Estuve en Lima, donde comencé a leer unas crónicas excelentes de Julio Villanueva Chang, Elogios criminales.
*Publicado originalmente en El Espectador