Me antojé de escribir sobre lo que leí en 2015, vale aclarar que no son libros precisamente publicados durante 2015. Escogí estos siete libros que me gustaron mucho, me parecen reseñables y que dejo como recomendación por si algún visitante perdido de este artículo quiere hacerlos parte de sus lecturas en 2016.
La rabia y el orgullo, Oriana Fallaci. En el prólogo de La rabia y el orgullo, Oriana Fallaci cuenta cómo nació el libro: pocos días después de los atentados ocurridos en Nueva York en el año 2001, el director de un diario la fue a visitar y le dijo que rompiera el silencio y que escribiera algo al respecto, que hablara sobre esta tragedia. Oriana le mostró sus notas convulsas, desesperadas, llenas de dolor y de rabia, escritas con obsesión y casi a la par de la tragedia, con la violencia del ataque aún fresca. El director se emocionó tanto que la animó a continuar y convertir esas notas en un artículo. Fallaci lo hizo así pero cuando terminó de escribir se dio cuenta de que el resultado final era un artículo tan extenso, que había escrito en realidad un pequeño libro. Desde ese mismo prólogo, Fallaci se despacha contra el islamismo, los musulmanes, las formas en las que se ejerce el poder en los países islámicos y – lo que realmente da título al libro – el sentimiento de rabia y de impotencia que le inspiran la actitud sin carácter de los gobiernos europeos, especialmente el italiano, y el gobierno de Estados Unidos, ante la ofensiva del islam. Lo interesante de este libro, o lo que a mí particularmente me gustó, es que no cae en concesiones, no hace matices, para Fallaci el islam es una religión cuya violencia no se puede comparar con la de ninguna otra religión, cuyas raíces no han sido contribución alguna para la cultura oriental, menos para la de occidente. Para ella no hay aguas tibias: son terroristas y la matanza en nombre de su dios es solo la punta del iceberg. El libro está ricamente salpicado con sus experiencias como periodista de guerra, las historias de su padre revolucionario y su tío director de una revista en Italia. Es enfática cuando expresa el horror que le producen las sociedades islámicas que cercenan sin piedad los derechos mínimos de las mujeres (constantemente se despacha contra el uso del chador) y que no tienen compasión con el que se atreva a pensar diferente. Advertencia importante: este libro no es apto para quienes matizan el extremismo del islam, adjudicándolo solo a un grupo aislado de creyentes fanáticos.
Una frase del libro, tomada del prólogo: «Por los que parecen vivos pero están muertos como los italianos, los europeos, que no tienen cojones para cambiar»
The Return, Dany Laferriére. Lo primero que leí de Laferriére fue How to make love to a negro without getting tired, a mi juicio una obra maestra de la literatura. Quedé tan encantada con su desenfado y sus reflexiones a caballo entre Haití y Montreal, que busqué más libros del autor y todos han confirmado, sino aumentado, mi fascinación por su obra. Laferriére es haitiano, nació en Port-Au-Prince y vivió durante su infancia allí, hasta que la dictadura de Francois Duvallier “Papa Doc” los obligó a él y a su familia a emigrar a Montreal en donde ha vivido por más de treinta años. Escribe en francés y no está aún traducido al español. The Return cuenta la historia de Windsor Laferriére hijo (que por cierto es el verdadero nombre de Dany) un reconocido escritor haitiano que vive en Montreal y quien un día recibe una llamada sorpresiva y triste en la que le avisan que su padre, Windsor Laferriére, ha muerto. Obligado por las circunstancias y muy a regañadientes, Windsor Laferriére hijo debe viajar a Haití, encontrarse con su madre enferma y contarle que el padre ha muerto. Todo habría sido más sencillo – y esta historia no tendría gracia – si Windsor y su padre hubiesen tenido una relación padre e hijo constante en el tiempo, pero la realidad es que Windsor padre se exilió en Nueva York, huyendo de Papa Doc y dejando a su familia muy sola en medio de una Haití convulsionada. Para quienes vivimos lejos del lugar en el que nacimos, The Return seguramente pegará con más fuerza porque el Windsor que recorre las calles y vericuetos de Port-Au-Prince, podría ser cualquiera de nosotros encontrándose de frente con amigos que ya había olvidado e historias que aparentemente nunca nos volverían a doler. El estilo del libro es raro y bello, comienza como un poema y cuando uno menos lo piensa se transforma en prosa poética para luego volver a ser un poema. Las metáforas y analogías son brillantes y, lo más importante, mientras dura la lectura uno es un haitiano expatriado más, vagando al lado de Windsor.
Rescato este bello fragmento que parece un haikú:
«I always thought
that books crossed
the centuries to reach us»
I Am a Japanese Writer, Dany Laferriére. Bueno, y ya entrados en gastos, sigamos con Laferriére. En contraste con la nostalgia – no desprovista de humor, sin duda – de The Return, en I Am a Japanese Writer, Laferriére se transforma en un anónimo narrador, escritor haitiano viviendo en Montreal que, compadecido del desespero de su editor, decide contarle que está trabajando en un libro que se titulará I Am a Japanese Writer. Testarudo y contracorriente, el protagonista del libro afirma que él perfectamente puede ser un escritor japonés: basta que lo lea un lector japonés. Sin embargo, por una serie de situaciones rocambolescas y divertidísimas, el tipo termina siendo famosísimo en Japón y todos los japoneses, enceguecidos por el show que se armó – tal vez una símil con el estereotipo del japonés turista que está tomando fotos en el Louvre –, esperan con ansias ese libro de un negro que se dice y se cree japonés. La exploración de la identidad y de la importancia de la identidad para escribir parece ser una constante en las obras de Laferriére, pero en esta novela es quizás donde más ahonda el tema. De nuevo aparecen una abundante y rica cantidad de analogías, metáforas y reflexiones que son pequeños despuntes de genialidad.
Una frase del libro: «A place and a name. You don’t need anything else to start a novel»
13,99 euros, Frederic Beigbeder. La mejor forma de comenzar a hablar sobre esta novela sórdida y extravagante de Beigbeder es citando a su protagonista quien se presenta a sí mismo en el capítulo 2: «Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: eso es, contamino el universo». Octave se convirtió en uno de mis personajes favoritos este año: un tipo retorcido, sarcástico, cínico, flojo, superficial, desagradable cuando se lo propone, detestable, soberbio y se cree dios, pero sabe que es un papanatas que cambió vida por plata, tranquilidad por lujos y drogas, y que su existencia es miserable a pesar de su Rolex. Su gran problema no es su personalidad – aunque también – sino una chica, ¿cuándo no? Hace un tiempo atrás un amigo me dijo que toda historia es una historia de amor. La de Octave no lo es menos, solo que como él es un idiota que todo lo que toca lo daña, también arruinó la que fue quizás su única posibilidad de ser feliz. En la narración abundan las reflexiones sobre la influencia negativa que ha ejercido la publicidad desde que esta existe, pero si bien en su tono Octave se cuestiona con crudeza el ser parte de ese negocio, sabe que no quiere dejarlo. Beigbeder está en su terreno feliz de la vida, eso se nota, él fue un Octave en su momento y, superando a su ficción, hasta perdió su trabajo por escribir este libro.
Un fragmento a modo de abrebocas:
«Cada mañana consultas cuatro tipos de mensajerías: el contestador automático de tu domicilio, el de tu despacho, el buzón de voz de tu teléfono móvil y los e-mails de tu iMac. Sólo el buzón de tu casa permanece desesperadamente vacío. Ya no recibes cartas de amor. No recibirás nunca más hojas de papel cubiertas de una tímida caligrafía e impregnadas de lágrimas y perfumadas de amor y dobladas con emoción, con la dirección cuidadosamente copiada en el sobre, como una imprecación para el cartero: «No te pierdas por el camino, oh cartero, lleva esta importante misiva a su tan deseado destino…» La gente se mata porque ya sólo recibe correo comercial.»
El aprendizaje del escritor, Jorge Luis Borges. Este libro no es un libro sino un tesoro rescatado. En 1971, Borges ofreció un seminario sobre escritura en la Universidad de Columbia, acompañado por su fiel traductor y amigo Norman Thomas di Giovanni. El seminario fue grabado en su totalidad, pero las cintas magnetofónicas quedaron ocultas y hace poco fueron rescatadas y posteriormente transcritas y convertidas en este libro que se divide en tres partes “Ficción”, “Poesía” y “Traducción”. La transcripción refleja la mecánica del seminario, por ejemplo, en el capítulo dedicado a la ficción se disecciona el cuento El otro duelo. Primero lo leen completo y luego lo leen frase a frase, interrumpiendo para que Borges haga un comentario sobre el proceso creativo, la técnica y todos los pormenores que él decide revelar sobre la escritura del cuento. Es así como este libro se transforma en una clase magistral de un Borges que se muestra generoso con los estudiantes, explicándoles detalle a detalle cómo escribe él, qué trucos usa y cómo se prepara para la escritura. Este libro es para cualquier lector que quiera entrometerse y husmear en el quehacer del escritor. Leerlo es como observar con admiración a un artesano o a un relojero hacer su oficio.
Frases del libro para paladear un rato:
«Porque cuando uno odia a alguien, uno piensa en el otro continuamente, y, en ese sentido, uno se convierte en su esclavo. Lo mismo ocurre cuando nos enamoramos»
«Lo que digo es que, a la larga, para romper las reglas, uno debe conocer las reglas antes»
La vida eterna de Phineas Gage, Francisco Aravena. La historia de Phineas es fascinante, lo cual, supongo, significó un reto importante para su autor, el narrador chileno Francisco Aravena, quien debía hacerle honor a tremenda historia real con una ficción que estuviera a la altura. Debo confesar que, hasta antes de que el libro cayera en mis manos, yo no tenía ni idea de quién era Phineas Gage y su historia me impactó personalmente porque se trata de un accidente laboral y yo soy prevencionista de riesgos (laborales). Phineas Gage era un capataz que trabajaba como contratista para la Rutland Railroad en Vermont, Estados Unidos. Un día de septiembre de 1848, Gage estaba manipulando una enorme barra de fierro que debía ser disparada con ayuda de explosivos para generar un corte en una roca. Gage se distrajo brevemente para echarle un vistazo a su gente y quedó justo delante de la barra de fierro la cual se disparó accidentalmente antes de tiempo atravesándole todo el lado izquierdo de su rostro, llevándose su ojo y una parte importante del cerebro y el lóbulo frontal. Dicho así, cualquiera podría pensar que la única posibilidad fue la muerte, pero Gage sobrevivió gracias a los buenos oficios de un médico del pueblo, el doctor Harlow, quien además estudiaba con mucho interés la frenología, una pseudo ciencia, bastante aporreada el día de hoy, pero muy polémica durante esos años, y que sostenía básicamente que según la forma del cráneo se podía deducir el carácter de las personas. Gage sobrevivió de milagro, pero su personalidad cambió radicalmente después del accidente, convirtiéndose en un hombre emocionalmente inestable o, mejor dicho, en un bicho raro del que todos debían alejarse. La novela de Aravena gira en torno a una época poco documentada en la vida de Gage: su vida en Valparaíso, en donde trabajó conduciendo diligencias hacia Santiago, trabajo que consiguió por sus habilidades extraordinarias para entenderse con los caballos. Contar una historia que ya está escrita completa en Wikipedia y numerosas páginas de internet no es sencillo y Aravena consigue mantener al lector atento gracias a que la historia de Gage se entremezcla con la del narrador, un investigador que se obsesiona con la vida de este hombre que, excluyendo un breve lapso, llevó consigo siempre la misma barra de fierro que lo había atravesado, porque quizás la sola cicatriz no le parecía suficiente compañía.
Una frase del libro en uno de sus capítulos de carácter histórico:
«—A veces el nombre es todo el capital de un hombre — respondió Vidaurre, solemne—. Usted verá dónde le place poner el suyo.»
Adiós mariquita linda, Pedro Lemebel. Pedro Lemebel falleció en enero de este año. Murió pero dejó obra. En 2014, si la memoria no me falla, la Universidad Diego Portales publicó Poco hombre un libro que reúne distintos artículos y crónicas publicados durante más de 20 años de trayectoria. Devoré ese libro con admiración y alegría y decidí leerlo todo, así llegué a Adiós mariquita linda que no es otra cosa que el camino de Lemebel por todos los túneles y rincones más sórdidos de Santiago. Mientras leía el libro descubrí, además, que Santiago se ha ido metiendo en mis huesos todo este tiempo hasta tal punto que puedo entender con una facilidad asombrosa los muchos términos en coa que utiliza, un lenguaje marginal que solo Lemebel – de verdad solo él, no logro dar con otro igual – supo manejar tan bien para no caer en lo vulgar. Ahora que lo pienso bien, esto tal vez lo ofendería porque nada le gustaba más a Lemebel que ser vulgar. Pero no, Lemebel es festiva y alegre, a veces amargada, a veces rabiosa; es una loca, él mismo lo reconoce; yo digo que es una mariquita linda, como reza el título.
Un fragmento de la crónica El flaco Miguel.
«Y en realidad el agua chocolate del Mapocho me da lo mismo, más bien combina morocha con el río de cuerpos obreros que laburan a todo sol entre las grúas y camiones descargando mezcla, ripio y arenales con cemento. A todo sudor el esfuerzo los hermana en el mismo brillo de espalda asalariada.»