La cosecha del dolor

Hay libros cuya lectura requiere de gran paciencia y un estómago fuerte capaz de resistir a los hechos brutales. Ya algo de esto había comentado en un artículo anterior en donde reseño el libro Mao’s great famine del historiador Frank Dikötter. El libro del que les hablaré ahora también describe con precisión un infierno. Se trata de The harvest of sorrow: soviet collectivization and the terror famine, del historiador ingles Robert Conquest.

Primero: the harvest

Cuando la revolución socialista rusa llegó a Ucrania, esta era una nación con una identidad, una lengua, una historia y una tradición, cuyos habitantes eran mayormente campesinos y sacerdotes. Gracias a los testimonios y archivos que se desclasificaron en distintos momentos de los años 80, Conquest pudo rearmar la historia de uno de los crímenes más atroces que se han cometido en la historia de la humanidad: la hambruna que diezmó prácticamente a Ucrania entre 1932 y 1933, y que se conoce con el nombre de holomodor.

Cuando el socialismo ruso se tomó el poder en Ucrania, lo hizo de forma accidentada pero firme y siguiendo unos preceptos bastante firmes de Lenin, quien a esas alturas ya le había dado una vuelta de tuerca a las doctrinas marxistas, haciéndolas aún más nefastas de lo que estas ya eran; aquello que se conoce como “marxismo-leninismo”. Para Lenin, los nacionalismos y las nacionalidades eran una marca del capitalismo y debían ser eliminados, como debían ser eliminadas las clases. Por tanto, él siempre tuvo en mente un destino muy especial trazado para los ucranianos y, aunque no alcanzó a verlo todo consumado, el continuador de su obra, Stalin, se encargó de hacer el trabajo restante. Lo cierto es que cuando los rusos se tomaron Ucrania con la intención de implementar en ella su delirio socialista, lo hicieron a través de las peores políticas, entre otras, una cruzada del terror para eliminar el ucraniano como idioma, abolir las tradiciones culturales de los ucranianos y minar la identidad de una nación. Destruir culturalmente a Ucrania fue el primer paso, pero claramente esto no era suficiente. Había que terminar con el cáncer del capitalismo a través de la eliminación de las clases y Ucrania contaba con una casta maldita de hombres que estaban haciendo dinero a manos llenas y que lo codiciaban todo: los kulaks, término que se acuñó para denominar a aquellos campesinos que, gracias a su trabajo y esfuerzo, habían conseguido hacerse a buenas extensiones de tierra, a cultivos prósperos y, por supuesto, a las ganancias por las cosechas. Cuando los rusos invadieron Ucrania con sus ideas políticas y económicas, no solo demostraron gran desprecio por la cultura y tradiciones del país, sino también por sus campesinos, a quienes siempre trataron como lo peor de la sociedad degradándolos completamente. Los kulaks fueron tratados por los rusos de la misma forma que los judíos fueron tratados por los nazis y les aseguro que la comparación no es descabellada.

Para comenzar, el término kulak partió siendo asociado a un campesino medianamente pudiente, pero para cuando las ideas de la revolución se habían materializado en una dictadura comunista y el gobierno de Ucrania estaba completamente bajo el alero del “Partido Central”, kulak pasó a ser cualquier campesino que tuviera dos vacas o una vaca, dos caballos o un caballo e incluso unas pocas gallinas. Por supuesto, era una aberración que un campesino tuviese más de una vaca y las tierras en ningún caso podían ser propiedad privada. El Estado debía ser el dueño, amo y señor de todo, porque el Estado era el único que tenía las competencias y autoridad para repartir adecuadamente toda riqueza, especialmente la tierra, y definir en qué condiciones sería trabajada y rentabilizada. El proyecto de colectivización se llevó a cabo con la feroz resistencia de los campesinos ucranianos, quienes en principio escondieron el grano y, ante las duras penas que debían pagar cuando eran descubiertos, prefirieron incluso tirarlo al río. En la medida en que las medidas colectivistas avanzaron, Conquest va narrando cómo iban también aumentando los desastres económicos y sociales. A partir de 1930, el nivel de vida del ucraniano era prácticamente imposible de mejorar. Para 1932, la inflación había crecido a niveles insostenibles (¿les suena conocido? ¿Venezuela, tal vez?). Lo más interesante quizás es que sean los partidos comunistas alrededor del mundo y especialmente en Iberoamérica, los que se aboguen la vocería del trabajador oprimido, teniendo como antecedente que el comunismo en Ucrania logró que el salario mínimo descendiera a niveles de miseria. Durante la colectivización, el método de pago a los campesinos era diario, pero muchas veces el día tenía tantas horas que antes de que el campesino pudiera recibir su salario, ya había muerto de cansancio o de hambre. El mejor pago por un día de trabajo llegó a ser de 300 gramos de pan al día, pero lo normal es que se pagara con 100 gramos. La colectivización, decía el Partido, traería modernidad en los procesos agrícolas: el tractor reemplazaría al caballo y la cosecha sería ultra eficiente. El problema es que los tractores nunca llegaron y, para cuando la colectivización había hecho sus estragos, los caballos murieron de hambre. Ustedes se preguntarán: pero ¿qué pasaba con el grano que se cosechaba? Porque, ¿algo de grano se debía cosechar? Efectivamente la colectivización fue un proyecto que realmente buscaba despojar de sus tierras a los campesinos con la finalidad de extraer grano que principalmente abastecía al Estado y, sobre todo, a los miembros del Partido, quienes nunca vivieron el hambre que asoló a Ucrania. Todo aquello que no era colectivización, incluyendo a los simpatizantes de los kulaks, fue considerado imperialismo y fue destruido y arrasado a su paso.

Como todo en el comunismo, las mentiras fueron copiosas. Cuando la colectivización comenzó a mostrar sus efectos más feroces, se dejaron de publicar los índices de precios. Para cuando la población estaba siendo diezmada por el hambre, se dejaron de publicar hasta los nacimientos y las muertes. Las estadísticas desaparecieron.

Los campesinos no fueron las únicas víctimas de la maldad de Stalin, también lo fueron las iglesias y la religión. Todos los templos fueron destruidos, las reuniones religiosas prohibidas y los ucranianos fueron obligados a esconder su espiritualidad a un punto en que prácticamente solo podían orar mentalmente, porque cualquier manifestación religiosa, por mínima que fuera, estaba considerada un delito. Conquest indica que, en todo caso, Stalin tomó decisiones completamente alineadas con la tesis marxista-leninista de que el campesinado era una clase que, en un régimen proletario en socialismo, debe ser sometida y derrotada. Y así fue. Este postulado, sin duda, fue el corazón del holodomor.

Segundo: the sorrow

Uno de los propósitos de la colectivización en Ucrania, declarado oficialmente por el Partido Central, fue la “destrucción de la base social del nacionalismo ucraniano: la propiedad privada sobre la tierra”, pero que las tierras fueran confiscadas para redistribuirlas y reasignar el trabajo a los campesinos fue tan solo el primer momento. Los kulaks que se negaron a la colectivización, los que fueron considerados rebeldes y aquellos a quienes definitivamente no les tocó tierra en la repartición fueron enviados a campos de concentración, normalmente ubicados en las zonas más gélidas. Los campesinos que cosechaban su propia siembra y eran sorprendidos en ello fueron también enviados a estos campos de concentración y ejecutados sin misericordia. Conquest encontró documentos que narran como enormes procesiones de campesinos se dirigían a los campos de concentración entre ellos niños y ancianos que muchas veces se morían en el camino. Los efectos de la colectivización en Ucrania fueron nefastos. Como el grano no era de quienes lo cosechaban, estos no tenían tampoco qué comer. Cuando la comida comenzó a escasear, los campesinos debían buscar con qué alimentarse y entraron en un espiral de miseria del que pocos sobrevivirían. Se comieron el ganado, que ya estaba muriendo de hambre. Comieron caballos, que también se estaban muriendo de hambre. Se comieron a los ratones, cuando estos no se los cenaban a ellos primero. En una cabaña, una familia podía estar mirándose con recelo por el hambre y pronto se podían matar entre sí por un poco de harina. Cuando ya no hubo nada medianamente comestible, comenzó el canibalismo, si es que alcanzaban a comerse entre ellos. Muchas veces los campesinos simplemente se alimentaban de los cuerpos ya fallecidos de quienes no habían logrado resistir tanto. En Kiev, Kharkov, Dnipropetrovsk y Odessa se volvió una costumbre que temprano en la mañana las autoridades locales salieran a recoger los cadáveres, que estaban por todos lados, para limpiar la ciudad. Testigos describieron trenes repletos de cadáveres muchos de ellos eran cientos de niños famélicos. Son abundantes los ejemplos en el libro de Conquest y se requiere de estómago fuerte para avanzar en la lectura. Un hombre que le disputa a un gato el cadáver de una paloma, o el pueblo que fue diezmado y cuyo último habitante murió y fue devorado por ratas, son solo pálidos testimonios alrededor de las atrocidades que se cometían en contra de los kulaks en los campos de concentración.

El gobierno ruso, como siempre, ocultó como mejor pudo la realidad. El mundo afuera de la URSS, aplaudía como foca el éxito socialista, la gran revolución. El gran embellecedor del comunismo, la propaganda, hizo lo suyo muy bien. Sendos periodistas defendían al régimen comunista ruso desde sus tribunas en el NY Times. Cuando surgieron rumores de que en Ucrania las cosas estaban mal, otros tantos corresponsales e incluso autoridades de organismos internacionales fueron invitados por Stalin a Ucrania, previa construcción de un montaje en el que los visitantes eran recibidos por campesinos robustos y felices. El más célebre de todos esos invitados, George Bernard Shaw, quien a su regreso por el tour que hizo en la URSS, declaró que nunca vio gente en hambruna y que hasta había libertad de religión, dedicándole elogiosas palabras al régimen de Stalin. Estos episodios son, sin duda, los que más rabia debieron haber causado a Conquest, quien escribe sin vacilar: “el escándalo de los intelectuales británicos, por ejemplo, no es que justificaran las acciones soviéticas solamente, sino que se negaron a escuchar acerca de ellas. No estuvieron preparados para enfrentar la evidencia.

Tercero: el fin


Robert Conquest

El crimen que cometió el régimen comunista ruso en Ucrania dejó unos diez millones de muertos, bastante mal contados puesto que las estadísticas durante este tiempo fueron constantemente falseadas y maquilladas. Los ucranianos pagaron con un sufrimiento atroz e indescriptible los delirios de poder de Stalin. El Partido Comunista y sus principales líderes en todos los países que componían la URSS, pero especialmente en Ucrania, fueron responsables de decisiones que mataron a un pueblo de la forma más miserable y tortuosa que puede existir: el hambre. Conquest logró con este libro ser una de las poquísimas voces que dejó al descubierto los horrores de la gran hambruna ucraniana y que revivió con pasmosa pulcritud y desgarradora precisión el horror que dejó a su paso la locura colectivista de Stalin. Este libro debería ser de lectura obligatoria para quienes sienten afinidad con las ideas de la izquierda más radical o quienes piensan que lo colectivo se puede imponer al individuo. Conquest deja suficientemente claro, a través de todo lo que narra y describe, que la idea más nefasta es aquella en la que se pretende anular al individuo y ponerlo de rodillas ante lo colectivo. Cuando se cercena la individualidad no se consigue el efecto, tan cacareado por la izquierda, de la solidaridad y el bien colectivo. Muy por el contrario, el resultado de anular a los individuos es que estos quedan de rodillas ante el Estado que gobierne de turno. En el caso de Ucrania, los individuos fueron anulados desde su cultura y tradiciones hasta su capacidad laboral y productiva en aras de sostener un Estado vago y parásito que, desde Moscú y a golpe de hambre, definió el destino de millones de personas asesinándolas por el hambre.

Desde hace varios años cuestiono profundamente la lógica con la que se han escrito los repudios en la historia de la humanidad: todos estamos de acuerdo en que el nazismo fue atroz y desalmado y consideramos absolutamente necesario y válido que se mantenga proscrito de la política alemana y mundial. Sin embargo el comunismo, que ha sido mucho más criminal que el nazismo, se permite tener partidos políticos y participación en la democracia de varios países, entre ellos Chile, y aún sigue diezmando pueblos (Cuba y Venezuela) a vista y paciencia de una humanidad indolente que se empeña en justificar a la fuerza muchos de los postulados colectivistas infinitamente dañinos que sostienen a sus partidos (Podemos, en España, es un excelente ejemplo).

¿Por qué no se puede proscribir al comunismo como se proscribió al nazismo? Antes de responderme a esta pregunta con un rosario de ideas buenistas y una defensa de la democracia, me permito recordarles que está comprobado que fue el comunismo el que mató a estos diez millones de almas en Ucrania en un período de tan solo un par de años. Tanto es así que en 2015 el comunismo fue proscrito en Ucrania y los últimos tres partidos que quedaban fueron eliminados de la participación política del país. No podía ser de otra forma. Mantener el comunismo y sus ideas asesinas era claramente un insulto a las víctimas que sufrieron lo indecible para conseguir solamente que todos comprobáramos que Marx estaba muy equivocado y que Lenin y Stalin fueron sus sicarios.

3 comentarios

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Hay que reconocer que la izquierda sistemáticamente ha ido conquistando espacios, dentro de «intelectuales » en las organizaciones mal llamadas de Drechos Humanos», en la juventud, que siempre son caldo de cultivo. También la derecha los ha apoyado cometiendo abusos en el crudo libre mercado, por sobre las necesidades básicas de las personas. Me gustó tu resumen y me dieron ganas de leer el libro. Felicitaciones.

Gracias Laura por compartir la reseña que haces del libro La cosecha del dolor. Creo que logras un objetivo importante, esto es que abres el apetito para que el lector busque el libro y lo lea.
Respecto al contenido del libro del señor Conquest, hay que reconocer que en un sentido no es nada nuevo: todas las dictaduras son deleznables, todas. Sin embargo, las de la izquierda tienen dos aspectos que la distinguen en lo peor de las dictaduras, primero que son lastimosamente interminables y luego que son de las más crueles, no obstante que la crueldad es una propiedad que acompaña a todas las dictaduras.
Gracias Laura.

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