El horror y la repulsión: historia de una lectura.

Cómo comenzó todo

En 2010, mi amigo Ricky me habló de un libro que había leído y que le había causado tanto horror que varias veces tuvo que interrumpir su lectura para no sufrir náuseas. Yo lo consideré una exageración suya, pero anoté el título con intención de comprarlo algún día. Luego lo olvidé. Hace un par de años me acordé de nuevo del libro aquel y lo compré en Kindle. No lo esperaba. A medida que avanzaba en mi lectura fui descendiendo al infierno, tal como le sucedió a la sociedad china entre 1958 y 1962. El libro se titula Mao’s Great Famine: the history of China’s most devastating catastrophe. 1958 – 1962, y su autor es el historiador Frank Dikötter.

El autor

Frank Dikötter es un historiador alemán especializado en la historia contemporánea de China. Su obra más famosa y relevante, sin duda, es la “Trilogía Popular” (People’s Trilogy), de la cual Mao’s Great Famine es el primer libro. No me extenderé en las credenciales y logros de Dikötter, que aparecen muy bien detallados en su sitio web y en Mr. Google. No obstante, sí quiero resaltar que este libro, como los otros de la trilogía, tiene como base material de archivo que Dikötter pudo consultar gracias a la aprobación de una ley en China que le permitió acceder a un gran acervo de archivos clasificados, muchos de ellos de carácter interno y confidencial del Partido Comunista Chino. El trabajo de Dikötter es pues acucioso. Muchos de los archivos se “extraviaron” y otros muchos aún no son accesibles, ya que siguen estando vetados por el gobierno chino. Después de leer este libro, Dikötter se erigió en uno de mis historiadores favoritos y sus libros, a pesar de constituir auténticos inventarios del horror, ocupan un lugar importante en mi biblioteca.

El Gran Salto Adelante

Mao’s Great Famine es el relato de un periodo específico de la historia de China. Nueve años después de haber proclamado la República Popular China, Mao Zedong y su cohorte de miembros del Partido Comunista emprendieron un ambicioso proyecto que aspiraba a convertir aquel país en la mayor potencia del mundo, por delante de Gran Bretaña y Rusia, países con los que Mao se propuso obsesivamente competir. Dikötter examina con cierto detenimiento la personalidad megalómana y desquiciada de Mao. En esto tampoco ahondaré, porque sin duda con lo que relataré del libro quedará más que claro hasta qué punto se trataba de un psicópata.

Las políticas de Mao y del partido comunista que él dirigía se proponían “modernizar” al mismo tiempo la agricultura y la industria del acero. El acero, refiere Dikötter, pasó a ser el ingrediente sagrado en la alquimia del socialismo. En cuanto a la agricultura, basada predominantemente en la producción de cereales, la modernización de Mao consistió en colectivizarla íntegramente, distribuyendo supuestamente los ‘beneficios’ de la cosecha y el trabajo productivo entre quienes realmente lo necesitaban mediante un sistema inhumano en el que ganarse el alimento se convirtió en una batalla a muerte. Las ideas revolucionarias de Mao respecto a la agricultura incluían técnicas no probadas de siembra y cultivo (close cropping), que millones de campesinos debieron implementar a golpe de decreto. El resultado de aquella enorme campaña que fue El Gran Salto Adelante fueron, “mal contados”, 45 millones de chinos que murieron de inanición, víctimas de enfermedades horribles, infecciones o picaduras, e incluso devorados por perros y animales de granja.

Para que se hagan una idea de lo enorme que fue la masacre perpetrada por Mao, algunas cifras aproximadas pueden servir de referencia: Augusto Pinochet, el dictador chileno (1973-1990) a quien Chile y el mundo achacan una represión despiadada, causó unas 38.000 víctimas, cifra que representaba un 0’4% de la población. De ellas, se contabilizaron 3.200 muertos y desaparecidos aproximadamente. A Francisco Franco, el “generalísimo” español, se le atribuyen unas 125.000 víctimas entre 1936 y 1975 -un 5% de la población-, gran parte de ellas en el marco de una guerra civil. Fidel Castro, el dictador cubano y sin duda creador del más eficaz aparato de propaganda, sumó más de 7.000 víctimas [un 0’1%] entre muertos y desaparecidos, según un recuento realizado en 2005. Recordemos que el golpe de Fidel Castro fue en 1958 y aún hoy, después de muerto, Cuba sigue sometida a los rigores de una dictadura.

El Holocausto, ocurrido entre 1941 y 1945 y calificado unánimemente como epítome de la violación de los derechos humanos y el evento más macabro en la historia de la humanidad, se saldó con 17 millones de víctimas.

Frente a todos ellos, en tan sólo cuatro años el Gran Salto Adelante dejó 45 millones de víctimas -un 6.5% de la población-, un país en la ruina y una galería de horrores tan macabra como la del Holocausto, aunque sorprendentemente mucho menos conocida. En términos cuantitativos, Mao no logró eclipsar a Hitler, que quedaba casi como un aficionado en comparación con Zedong.

El infierno

En las mentes de los líderes del partido comunista chino y de Mao Zedong, el Gran Salto Adelante perseguía tan nobles objetivos que no había quien se atreviera a oponerse. Los campesinos cultivarían felices sus cereales con las nuevas técnicas de eficiencia, propuestas por un Mao que ignoraba por completo los pormenores de la labor de la tierra. Durante los cuatro años que duró el Gran Salto Adelante, la jornada de un trabajador pasó de costar 1.05 yuan en 1957 a 16 centavos en 1959.

Cuando los cultivos se anegaron y se malograron las cosechas porque los sistemas de riego propuestos por el partido no daban resultado, cientos de millones de campesinos (y los animales de sus granjas) se quedaron sin alimento, mientras los miembros locales del PC omitían deliberadamente la gravedad del asunto, temerosos de las represalias de sus superiores.

La hambruna se extendió hasta tal punto que no dejó a nadie ajeno, pero también se ocultó con mucha pericia. En cualquier caso, aunque hubiese sido correctamente comunicada desde el comienzo por los miembros del partido, Mao siempre se caracterizó por una cínica demencia: cada mala noticia que le llegaba la ignoraba, y Dikötter documenta las numerosas ocasiones en los que, como un niño malcriado, se desligó de la autoría de sus ideas alegando que él no había estado de acuerdo, que habían sido ideas de otros (con nombres y apellidos), o que él sólo había dado instrucciones menores o hecho revisiones superficiales. En otras palabras, él de nada era culpable.

La gran hambruna alcanzó tales niveles que millones de campesinos llegaron a comer hasta sus propios excrementos… cuando los había. Comieron trozos de paredes de sus casas, pisos, tierra, cortezas de árboles. Sin embargo, no todos los campesinos murieron de hambre. Basándose en archivos de la época, Dikötter documenta también casos de envenenamiento. En el afán de producir, y ante la escasez de materias primas, muchos alimentos fueron elaborados con ingredientes tóxicos o no aptos para el consumo humano.

En los pueblos exclusivamente agrarios, hubo campesinos que vendieron a sus hijos por bollos de pan, por unos cuantos yuanes o por un mísero bol de arroz. De la lucha por la supervivencia no se libraron tampoco los animales, y en muchos lugares los perros se comían a los niños… y viceversa. Las mujeres se vendían por un plato de comida, mientras los animales morían por falta de alimento y se veían compartiendo el heno y la paja con los humanos.

Si ustedes, queridos lectores, se molestaran en asomarse a algunos documentos históricos chilenos, encontrarían entre ellos un discurso del líder y mártir máximo de la izquierda chilena, Salvador Allende, quien en los momentos más críticos de su gobierno socialista, cuando comenzaba a extenderse la escasez, aconsejó consumir conejo, una carne muy rica y complementaria de la res y del pollo. En tiempos más recientes, Nicolás Maduro, siguiendo las huellas de Allende, anunció igualmente el “Plan Conejo” que recibió críticas y burlas de todo el mundo. Pues bien, Allende y Maduro no fueron más que malas copias del creativo mayor, su padre ideológico, Mao Zedong, quien recomendó a los chinos una dieta vegetariana. Al fin y al cabo, los caballos, chanchos, conejos, ovejas, pollos y vacas no consumen carne y viven tan felices. ¿Por qué el humano tiene obligatoriamente que consumirla?

En los hospitales, los niños, las embarazadas y hasta el equipo médico se morían de enfermedades e infecciones debido a la escasez de elementos para higienizar y de medicamentos para suministrar. Ah… pero hubo momentos de gloria para la China asediada por el hambre. Durante un tiempo China envió cereales por toneladas a otros países, manteniendo una imagen de potencia mundial a costa de la muerte de su gente por inanición.

Cuando por fin la crisis de la hambruna tocó las puertas de la cúpula del partido, Mao sentenció, muy suelto de cuerpo, que cuando no hay suficiente para alimentarse y la gente muere de hambre, es mejor permitir que la mitad del pueblo muera para que la otra mitad pueda comer.

Cuando la izquierda en su discurso defiende al comunismo como la ideología que vela por el trabajador y lo tiene como eje central, no puedo menos que reír. Durante el Gran Salto Adelante, la mano de obra en las fábricas trabajó en condiciones infrahumanas. Las mujeres eran violadas en las mismas líneas de producción, a un lado de los demás trabajadores, que estaban tan hambrientos que no podían ni reaccionar. Trabajaban todos: mujeres embarazadas, niños desnutridos. Cuando las embarazadas daban a luz, muchas veces lo hacían en el mismo local donde trabajaban, y simplemente se limpiaban y seguían trabajando. La situación era tan precaria que no había baños suficientes, o los que había no estaban en condiciones, y los trabajadores defecaban en el mismo lugar de trabajo.

Y ¿qué hacían los líderes supremos del PC chino mientras su pueblo moría de hambre?

Bueno… tomaban champagne, bebían y comían a destajo, celebraban grandes fiestones, copiosos en comida y putas.

Mientras en uno de los pueblos más golpeados por la hambruna, Guangshan, sólo quedaban ya dos niños esqueléticos agonizando sobre el cadáver de su abuela, el Estado chino lo controlaba absolutamente todo. Determinaba qué, cuánto, quién, dónde y cómo se debía producir en China.

Al tiempo que en muchos lugares los niños eran comidos por gusanos, el Estado fijaba todos los precios: materiales, bienes y servicios.

La noción de plusvalía fue, según Dikötter, una construcción política para justificar la extracción de granos y cereales del campo. El Estado, en pocas palabras, lo barrió todo y la propiedad privada desapareció completamente en medio del delirio colectivista.

Hacia 1960, los campesinos, agricultores y granjeros se comían las semillas de algodón en lugar de sembrarlas. Algunos, sin saber que eran venenosas, las usaban para cocinar tortas que les causaron la muerte. En los numerosos documentos que Dikötter consultó quedaron registradas historias de indignidad que, al leerlas, me dolieron en la piel: los granjeros se comían hasta el cuero de los cinturones. Todo estaba en venta, desde un par de zapatos hasta la ropa interior.

En 1961, los dueños de pequeños comercios eran ya trabajadores del Estado y sus tiendas habían sido nacionalizadas.

Y sí: también había colas. Muchas colas: la marca registrada del socialismo.

Hubo campañas absurdas, como las del acero y el hierro, en las cuales se colectivizaron todos los utensilios, herramientas y componentes, dejando a la gente sin implementos para cocinar o reparar sus cosas.

Nada se libró de la destrucción: templos históricos, cientos de miles de hectáreas de bosques nativos, ríos que resultaron contaminados, especies nativas que terminaron extinguidas… Pero lo más terrible no fue eso: la destrucción más dolorosa fue la de la dignidad humana.

Nada en este artículo puede compararse a la precisión demoledora con que Dikötter documenta el infierno que vivieron los chinos merced a la locura e ignorancia de Mao Zedong y de sus acólitos del partido comunista. No me siento capaz de explicar en detalle el horror y la repulsión que me produjo leer este libro, que es un riguroso compendio de vejaciones. Sentí náuseas tantas veces mientras lo leía que tuve que dejarlo por ocho meses, porque me estaba enfermando.

Aun así… recomiendo encarecidamente su lectura. Nos han vendido, durante muchísimos años, la idea de que el comunismo es una ideología romántica, de revoluciones sacrificadas pero con final feliz y de revolucionarios barbones, incendiarios pero heroicos, que han entregado su vida a sus pueblos para otorgarles dignidad. De Mao al Che y de Allende a Chávez no hay mucho más que unas décadas de diferencia, pero sus ideas indefectiblemente han conducido a la miseria y a la destrucción de la dignidad de los seres humanos.

Mao y el comunismo no han sido suficientemente castigados por la historia, como lo merecen realmente. Los muertos que ocasionó el comunismo en China como consecuencia del Gran Salto Adelante merecen un lugar en la historia y en el recuerdo de la humanidad, junto al recuerdo de las víctimas del holocausto, sobre todo porque el comunismo y el nacional socialismo (nazismo) son primos hermanos.

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