La pólvora de todos los tiempos


No es primera vez que escribo sobre lo que me produce leer un libro escrito por Jorge Franco. Y, como siempre, lo hago desde mi lectura muy personal y sin el ánimo de hacer una crítica objetiva, porque el ejercicio de leer a nuestros autores favoritos, cuyas historias nunca nos defraudan, termina en comentarios muy parciales. Bueno, también cuenta el hecho de que sólo sé hablar de libros a partir de la experiencia que vivo con su lectura.


Lo cierto es que los libros de Jorge Franco ocupan un lugar muy importate en mi biblioteca y en mi vida; son parte de ese selecto grupo de libros de ficción con cuyas historias sueño y que están subrayados tanto en sus páginas como en mi cabeza. Todavía, cuando veo mis ejemplares de Rosario Tijeras (sí, tengo más de uno) recuerdo lo que sentí cuando la leí por primera vez. Recuerdo que cerré los ojos con el libro encima de las piernas y comencé a balancearme en la mecedora de la que no me había levantado en todo el día hasta que lo terminé, y seguí viviendo el libro que ya había terminado. En ese entonces me impresionaron todos los aspectos de su estructura narrativa (tan cinematográfica) y entonces pensé quizás lo que muchos pensaron o piensan aún hoy de ese libro: qué mujer tan brava, ¿habrá existido?, qué vertiginoso todo… Con los años llegaron otros libros de Jorge que debían cumplir, para el mundo de la edición en el que se mueve el autor, la difícil misión de superar o igualar el éxito de ventas que fue Rosario Tijeras y, además, cumplir con el objetivo de fascinar al lector y no defraudarlo – nunca se lo he preguntado a Jorge, pero sospecho que la parte horrible de publicar Paraíso Travel seguramente fue tener pesadillas con los primeros individuos que dijeran sueltamente: esta no es tan buena como Rosario –.

La verdad es que los libros posteriores a Rosario Tijeras resultaron ser todos especiales para mí. Cada uno cuenta una historia de la que me he apropiado en partes o totalmente. Cada uno ha viajado conmigo y yo he viajado con ellos. Con algunos he llorado, sin duda con todos me he reído. Aunque los firmes soldados del batallón de la crítica literaria desmenucen los libros con rimbombantes y almidonadas ideas estéticas, aunque escribir una reseña o una crítica casi siempre conlleve diseccionar lo técnico y lo formal hasta hacer explotar al libro y al autor, lo que la mayoría de los lectores queremos son cosas más bien muy humanas y relativamente simples: involucrarnos en la historia, que el autor nos saque a pasear y logre suspender nuestra realidad y cambiarla por otra durante el tiempo que dure la lectura y algunos queremos, además, que esa experiencia sea memorable y que el libro no nos abandone aún después de haberlo terminado. No sé si lo consigo, pero me alegraría saber que interpreto a muchos lectores con esto que he dicho y, me atrevo a decir sin temor a equivocarme, que el éxito de un escritor radica en escribir la experiencia que los lectores queremos soñar mientras leemos, usando para ello todos los recursos del lenguaje que al final serán los cimientos del nuevo mundo al que nos llevarán.

Divagué en esta reflexión antes de comenzar a contarles lo que me pareció El cielo a tiros, porque me gusta detenerme y reflexionar sobre cómo han evolucionado mis gustos literarios, cómo se mueven los autores y sus obras en mi vida y en mi biblioteca, por qué lo que me gustaba tanto hace quince, diez, cinco años ahora me aburre – e incluso me hastía – o por qué, como en este caso, la obra de un autor puede seguir fascinándome. De partida, El cielo a tiros parece una historia más dentro de un tema que no se agota nunca como lo es el de la mafia en Colombia. El protagonista, Larry, es también un tipo cualquiera más; es el hijo menor – ni siquiera es hijo único – de un señor que fue mafioso y que trabajó bajo el alero de Pablo Escobar. Larry es un muchacho que pudo ser brillante pero que, como todos los que se vieron inmersos en ese mundo, terminó salpicado de sus consecuencias, huyendo. Hizo de su vida lo que mejor pudo y sobrevivió a pesar de todo; su familia es una más de las familias de los mafiosos que lograron fortuna y un espacio en la sociedad de una época que todos vamos a recordar y, aquellos que no la van a recordar, al menos la van a leer muy bien descrita aquí y en muchos otros libros más. ¿En dónde está, pues, la novedad, si todo parece tan normalito?

Larry llega de un exilio forzado en Londres a Medellín en el mismo día de un evento que se conoce como la “alborada” y la razón de su regreso puede parecer muy dolorosa, pero en el fondo es más bien práctica: los restos de su padre mafioso aparecieron, por fin, después de doce años de que no se supiera nada del sujeto. Larry viaja, pues, para descansar en paz con el funeral de su padre. Pedro, el amigo de toda la vida que lo está esperando en Medellín, le da mil vueltas antes de llevarlo a la casa, sumiéndolo en un vértigo terrible al moverlo en su auto de un lado para otro. No hay nada más angustioso que acompañar a Larry mientras soporta reguetones interminables a todo volumen y se ensordece con el estruendo de fin del mundo que provoca la pólvora de la “alborada”. Es descorazonador acompañar a Larry en un día de decadencia de una ciudad que se empeña en mantener aún algunos rastros de su cultura mafiosa, pero que a la vez parece haber hecho las paces con el pasado que le tocó vivir. No voy a negar que me divertí mucho con las situaciones rocambolescas en las que se metió Larry mientras pasaba la “alborada”. Para ser lo más precisa posible, lo que hace especial a este libro es el viaje en primera clase. Me explico mejor: he viajado a través de los libros a sitios y momentos especiales, con acompañantes maravillosos, pero no dejó de ser exótico y extremo viajar al lado de Larry durante todo su periplo por una Medellín que yo no conozco y que él tampoco conocía, y perdernos juntos en lo peor de su historia, mientras la pólvora se adueña de todo. Se trata de esa experiencia que todos los lectores queremos vivir y de la que les hablaba unos párrafos más arriba. Larry y su historia existieron porque el autor usó unos recursos narrativos y sin duda echó mano de sus mejores técnicas – argucias de seducción, diría un conocido mío – para que la vida de un hombre atormentado por su pasado, de un tipo que le tocó la mala suerte de ser hijo de un mafioso y una reina de belleza, no pasara desapercibida como “una más”, dentro de un tema más. Se confirma con esto, claro que sí, que el tema no es lo que hace a una novela buena o mala, lo cual parece verdad de Perogrullo, pero no es tan evidente para muchos lectores. ¿Cómo se puede sacar algo de belleza de un tema tan brutal y doloroso para un país como el narcotráfico? Ahí está la sutil diferencia. Ese es el pequeño clic que hace los libros de Jorge únicos. Sacar lo mejor de lo peor, de lo que más nos avergüenza, de lo que alguna vez nos aterrorizó… Les aseguro que en esta novela hay momentos realmente vergonzosos, no solo para el protagonista como individuo, sino para la sociedad como tal, pero que por la forma del relato y la estructura de la narración nos hace partícipes sin sentir que estamos dentro de un cliché. No quiero ir más allá en la historia para no dañarles la lectura, pero sé que los personajes los rodearán como a mí. Estoy segura de que solidarizarán con Fernanda y hasta con Libardo e incluso que tratarán de recordar yo qué estaba haciendo cuando mataron a Pablo Escobar. Sé que los lectores de esta novela harán de los personajes su familia y de la historia su historia.

Podría decir que eso es todo, que expresé de la forma más sincera posible mi impresión de un libro que leí, pero mentiría, la verdad es que quiero decir con desespero algo más: esta es una historia de amor. Todas las historias de Jorge Franco son historias de amor no importa el momento, circunstancias y pesadillas en las que estén sus protagonistas. Y, como buena romántica que soy – romántica, dije, no cursi, que no es lo mismo –, siento debilidad por las (buenas) historias de amor, porque el amor es la pólvora de todos los tiempos.

Addenda: El poeta Dylan Thomas hace parte de este libro también. Y esa mezcla inefable de una historia de mafia, pólvora, restos de narcotráfico, decadencia familiar y poesía de Dylan Thomas es, nunca más oportuno, explosiva.

Algunos subrayados del libro

«Vida» es la única palabra que aguanta cualquier adjetivo. Vida feliz, vida triste, vida rosa o roja, vida larga o breve, esponjosa, traicionera, burlona, mala vida, buena, estruendosa, transparente. Vida blue, gris o falsa, vid robusta, vida calva, hueca o plena, vida caníbal, vida loca…

—¿Tú lo odiaste, Larry?
Esa pregunta me la hice muchas veces, pero nunca pude encontrar una respuesta que me dejara conforme. Para empezar, me preguntaba qué era el odio, ¿desear que Libardo se muriera? No, nunca pensé en eso. ¿Desearle todos los males y desgracias? Tampoco, su bienestar era mi bienestar. ¿Odiarlo significaba superarlo, pasar por sobre él para ser mejor, superior, más grande? No, jamás quise ser como él, ni siquiera parecido. ¿Entonces odiarlo era querer que estuviera lejos de mí, no tener ningún tipo de relación con él? Sí, mil veces sí, muchísimas veces
quise vivir en otro mundo donde Libardo no existiera, ni su historia, ni su sombra.

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