Esposos ejemplares

Descubrí en dos libros que leí recientemente un común denominador, a pesar de que vistos desde lejos puedan parecer obras muy disímiles.

Primero leí Knife, la reconstrucción impecable y a la vez dolorosa que hace Salman Rushdie del atentado que sufrió durante un evento, y del que salió milagrosamente vivo, aunque bastante lastimado. Luego, con poco tiempo de diferencia, leí Los nombres de Feliza, el más reciente libro de Juan Gabriel Vásquez, en donde cuenta la historia de la extraordinaria escultora colombiana Feliza Bursztyn, una mujer que dedicó su vida a vivir el arte a pesar de la injusta persecución de la que fue parte. Las circunstancias de su muerte, si bien tristes, no tienen relación con el intento de asesinato que sufrió Rushdie y sus vidas no pueden estar más distantes. ¿Qué los unió, entonces, para mí?

A riesgo de sonar muy romántica y atemporal, lo que une a estas obras es el indiscutible papel protagónico de sus personajes secundarios: el amor de los esposos. Para cuando sufrió su atentado, Salman Rushdie llevaba cinco años casado con la poeta y artista visual Rachel Eliza Griffiths. Para cuando Feliza murió, estaba casada con el ingeniero Pablo Leyva. El atentado que sufrió Rushdie lo dejó a un paso de la muerte y los meses siguientes a fueron una dura prueba no solo para él como víctima, sino para Eliza, su esposa, a quien le dedica gran parte del libro; es conmovedor leer su historia desde que se conocieron hasta que los atravesó la tragedia y aún más conmovedor el homenaje que él le dedica a ella, la mujer que nunca se separó de él, que afrontó la adversidad con una entereza única. Cuando Feliza debió exiliarse en Francia, obligada por una ridícula persecución sin sentido del gobierno de la época, su esposo Pablo Leyva no solo la acompañó para vivir juntos en el exilio, sino que se preocupó de llevar el peso, la carga enorme de tener que abandonar el hogar de la forma más ordenada posible y llevar consigo lo necesario para que ella pudiera acceder a la beca que le permitiría seguir ejerciendo su oficio.

Mientras Eliza soportaba con valentía ver a su esposo entubado, someterse a cientos de cirugías, trasegar de una complicación de salud a otra, verlo perder su ojo derecho y la movilidad de su mano izquierda, Pablo Leyva sostenía la mano de Feliza y ponía su hombro para que ella viviera la enorme tristeza del exilio forzado; él no solo fue testigo comprensivo de la capacidad creativa de ella, también la ayudó activamente a construir sus obras más relevantes. Ambos son la representación perfecta de lo más subvalorado y poco popular hoy en día: la abnegación. Lo digo con mucha convicción, pero también con suma tristeza. La entrega y el sacrificio que nacen del amor más profundo son satanizados constantemente por la filosofía exacerbada en el individuo que se debe a sí mismo, porque de alguna manera el mundo gira en torno a él. Si les parece que exagero, dense una vuelta por cualquier red social: están todas repletas de hombres y mujeres que se jactan con orgullo de todas las formas posibles de egoísmo y que equiparan al amor con cualquier objeto desechable.

Juan Gabriel Vásquez le dedica el libro a Pablo Leyva, no solamente porque él tuvo la generosidad de facilitarle su testimonio y también gran parte del acervo documental que sustentó la novela, sino porque fue Pablo un esposo ejemplar que vivió junto a Feliza y por ella. Que la amó con sus actos, desde los más simples como ayudarla a construir los mecanismos que les dieron movimiento a sus esculturas, hasta los más complejos como acompañarla en un exilio forzado, dejando él todo para seguirla. Salman Rushdie reconoce en su libro que, además del gran esfuerzo del cuerpo médico que durante meses reconstruyó prácticamente a un hombre roto en el sentido más literal de la palabra, es a Eliza a quien le debe la vida, o al menos las ganas de vivirla. Su libro, por completo, es la declaración de agradecimiento de un hombre que se siente afortunado porque, ante todo, su vida es el resultado del amor profundo que alguien más le profesa. Así como existen en el universo literario personajes icónicos que son la representación más sublime del amor y la entrega, Pablo y Eliza me parecen dos esposos ejemplares que nos regala la no ficción, es decir, la vida misma.

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