El Pájaro Espino

Si usted quiere leer una excelente pieza sobre las ambiciones que se esconden detrás de los más altos círculos de la Iglesia Católica, esta obra es la indicada. He visto la miniserie en televisión unas tres veces y no me canso de admirar los bellísimos paisajes en los que fue recreada y las caracterizaciones de todos los personajes. Muy acertado todo. Pero me interesa hablar del libro, origen mismo de la serie.

La base de «El pájaro espino» es la trama familiar de los Cleary y el foco está puesto sobre Megan, la única hija de esta familia que administra y vive en una hacienda de producción lanar, propiedad de la millonaria tía de Megan, Mary. Lo interesante se produce cuando arriba el padre Ralph de Bricassart, un sacerdote de hermoso aspecto físico y de ambiciosa contextura moral que atrae las miradas y los pensamientos de todas sus feligresas, en especial de la tía millonaria. Pero él, hombre llamado a la vocación por Dios, también está llamado a la confusión: no hay rosas sin espinas.

Desde su llegada a «Drogheda», Megan (llamada cariñosamente Meggie), de sólo seis años, le inspiró todo el afecto y compasión que se podían suscitar en él, pero lo interesante de este libro — y admirable de la capacidad de su escritora — es la forma en que van quedando bien dibujadas las condiciones del amor que establece Dios, según el catolicismo, para sus creyentes. Y esa evolución que se fue dando en la relación, no exenta de tormentos, entre Meggie y el padre Ralph, obviamente no era lo que esperaba el Todopoderoso de sus hijos.

Ahora bien, no todo es amor a Dios para el padre Ralph. Su fe viene acompañada de ese deseo de ascender en la escala social del Vaticano. Un simple sacerdote no es ni siquiera tenido en cuenta por los más poderosos cardenales que rodean con amor al sucesor de San Pedro. Australia, por lo demás, es un lugar bastante alejado de la mirada vaticana. ¿Qué necesita un hombre de Dios que vive en un rincón alejado del mundo para llamar la atención de los santos hombres de Roma? La respuesta es sencilla: dinero. Y la tía de Meggie, Mary Carson, tiene muchísimo dinero y dos testamentos, uno que beneficia a su hermano, padre de Meggie y lógico merecedor de su fortuna, y uno que beneficia a la Iglesia Católica, representada en su hijo, el padre Ralph de Bricassart. El día en que la tía Mary Carson muere, el padre Ralph ha rechazado besarla en los labios y comenzar así una relación de amantes. La mejor venganza de ella será enfrentarlo a sus ambiciones y sus sentimientos por Meggie y obligarlo a decidir. Un buen ambicioso sabe siempre qué debe ir primero, sobre todo si ese ambicioso es parte de una de las Instituciones de la tierra que más seres de su clase alberga: la Iglesia Católica.

Esta historia no sólo está muy bien contada, animando al lector a pasar las páginas y buscar un desenlace para la trama, la autora apostó por crear personajes de carácter, con debilidades que no están ocultas, aunque ellos echen mano del recurso de la hipocresía. Mientras los años pasan y los hijos de Meggie  (uno de ellos hijo del padre Ralph) llegan y crecen, las debilidades se van haciendo más notorias y el peso del arrepentimiento y la ambición se va volviendo insoportable para Ralph, quien cumple su sueño de ser cardenal. Aún así, el amor que pudo albergar en su alma egoísta, la poca concentración que su mente pudo tener mientras rezaba, y su cuerpo comprometido con el celibato, no fueron exclusividad del exigente Todopoderoso católico, contra el que siempre se rebeló Meggie.

Pocos libros logran combinar personajes tan interesantes, sin descuidar las descripciones geográficas, que se convierten en bellas estampas de una Australia tranquila, en donde es difícil vivir y soñar. Y pocos libros logran dar cuenta de la ambición que se agazapa bajo las faldas cardenalicias que se bambolean en la gran capital del mundo Católico.

1 comentario

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la iglesia católica está atrasada mucho , los curas deben casarse, no va a dejar de ser menos sacerdotes por tener un hogar, ellos son sere humanos y tienen sentimientos como cualquiera, peor es que hagan los papelones que hacen algunos.

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