Microcósmicas (II)

o Crónicas de microcosmos (=de esas cosas que pasan una sola vez en la vida)

VII

Viejito Pascuero (Papá Noel, Santa Claus, o como quieran…)

Uno de mis mejores amigos es, además, un conocido escritor. Como yo tengo la mitad de su edad, y lo he leído prácticamente desde que soy una adolescente, he sido testigo mudo de sus cambios físicos reflejados en la paciente foto que acompaña a sus columnas semanales, foto que cada cierto tiempo es reemplazada por una más actual.

Hace tan sólo unos días compartí con una amiga el enlace a una entrevista que le hacían en un diario español. Ella me escribió muy sorprendida. «Lau, yo leí algunos textos suyos en la universidad. Pero no sé. Tengo la impresión de que si le preguntas, nos manda regalos de navidad, o al menos podremos sentarnos en su regazo a pedírselos».

Me he quedando pensándolo: pues en pedir no hay engaño.

VIII

Curado de espantos

El 27 de febrero, día del terremoto de Chile, la furia de la tierra hizo volar por todos lados mis libros. Cayeron desde los más pesados tomos hasta los pequeños, de bolsillo. Sólo uno quedó impertérrito en la estantería: El terremoto de Chile, de Heinrich von Kleist.

IX

Pepino

Recién llegadas a Chile mi mamá y yo estábamos ávidas por probar las delicias de este país. Un día, en el supermercado, pusieron un mesón con empanadas. Las había de queso, de jamón, de jamón y queso, y de pino. Nos detuvimos y nos miramos: ¿pino? Pino. ¿Cómo pueden comer empanadas de pino? ¿El vegetarianismo llevado a su extremo? Cuando pasó la vendedora le preguntamos por esas empanadas. «Son de qué, ¿perdón?» «Pino», dijo ella. «¿Pepino?» Ella asintió. Nos miramos desilusionadas con mi mamá. Además de que al pepino le dicen «pino», lo usan de relleno para las empanadas, pero a nosotras no nos gusta el pepino. ¡Qué pena!

Después de dos meses de pasar por el lado del mesón y mirar las apetitosas y doradas empanadas de «pino», mi mamá se atrevió a preguntar de nuevo qué tenían exactamente esas empanadas. «Es pino: carne picadita con cebolla», dijo la amable dependienta.

Fue un placer descubrir la empanada de pino y superar la barrera idiomática del sonido.

X

Chupín

Uno de los mejores amigos de mi abuelo era un poeta y músico, para más señas, pianista, con cierto reconocimiento en la región: había publicado poemarios y con frecuencia daba conciertos. De cariño le decían “Chupín” y si mi memoria no me falla fue con él con quien inicié mi carrera periodística. Yo tenía doce años y le hice una extensa entrevista para mi trabajo de Castellano. La primera pregunta fue: «¿Por qué a usted le dicen “Chupín”»? Y él, muy divertido, me contó la historia que a esas alturas ya era leyenda: cierto día, una buena amiga suya lo saludó en la calle con un gritito: «Hola, Chupín». Él, creyendo que ella intentaba compararlo con el gran pianista Federico Chopin, y queriendo corregir el error garrafal, se le acercó y amablemente le dijo: «Lilian, se pronuncia Shoopǽn, no Chupín». Y ella: «No. No es así. Se pronuncia Chupín; de Chucho Pineda, Chupín».

Y me concederán ustedes que la historia es un bocatto di cardinali para cualquier periodista en ciernes.

XI

Televisión

¿Cuál es el efecto de la televisión sobre las masas? Unos dicen que embrutecedor, otros que educativo, otros que de controlador social… Cientos de ensayos y lúcidos textos académicos han abordado el tema. Yo sólo sé que hace muchos, muchos años que no rezo una sola oración, y aún así, en las noches, me veo asaltada por el recuerdo nítido de una frase que repito sin desearlo, como un mantra. La decía todos los días un padrecito que hablaba por la televisión a eso de las siete. Su programa se llamaba “El minuto de Dios”, no podría llamarse de otra forma, y se despedía inexorablemente diciendo, coreado por mi abuela, “Dios mío, en tus manos confiamos este día que ya pasó, y la noche que llega”.

XII

Consejo

Amigo: Laura, si vas a vivir en Chile debes aprender que la palabra «gallo» quiere decir «tipo».

Yo: Entendido.

Amigo: Bien, si preguntas por la Plaza Italia y te dicen que es lugar donde está el monumento del “gallo sobre el caballo”, ¿también entenderás?

XIII

Las manos nazarenas

De niña no me asustaban ni el ‘coco’, ni la ‘patasola’, ni la ‘madremonte’, ni ninguno de los mitos populares inventados para empatar el miedo de los niños con su deber de dormir.

De niña a mí lo que me asustaba era el recuerdo de las manos de Jesús de Nazareth, o ‘El Nazareno’. Sí, sus manos, esas que mi abuela extraía de una maleta que permanecía debajo de la cama y eran desempolvadas en Semana Santa. Unas manos de yeso laceradas y sangrientas que hacían parte del ‘paso’ que ella, por tradición familiar, estaba encargada de arreglar para la procesión del Viernes Santo.

XIV

El coronel

Quiero mucho a mi jefe. Él es coronel de Carabineros en situación de retiro, y es académico, y yo soy su ayudante. A veces llega en las tardes a la oficina y ofuscado me encara cariñosamente los correos que no le he respondido: «Me debes estos textos; me debes estos correos; ¡¡no me has escrito!!», y repite en tono desconsolado: «¡¡No me has escrito!!» En un principio, reconozco, eso me gustaba: ver al coronel que llega por las tardes cansado porque no ha recibido la (mi) carta esperada. Pero confieso que de un tiempo para acá me entra una pena enorme, porque no se trata de fustigar a la ficción para que se vuelva realidad; aunque la literatura sea mi pasión y hasta sea bello eso de convivir con un coronel que no tiene quien le escriba.

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Microcósmicas (I)

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