Economista de corazón

Economía experimental, Juan José Ferro
Angosta Editores, 241 pág.
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El protagonista de Economía experimental es un profesor universitario normal y corriente, de una universidad prestigiosa, sí, pero ¿los académicos de universidades prestigiosas no tienen también vidas de lo más rutinarias? Un tipo con una carrera profesional exitosa y ex columnista de prensa algo polémico. Por un momento, cuando comencé a leer, pensé que la historia trataría de un hombre inconformista más bien aburrido, o al menos consumido por cierto aburrimiento y la introspección en la que cae cuando el escritor lo lleva a cuestionarse la vida. Y esto me pasó en gran medida porque el autor no se esfuerza en darle al protagonista el aura de un hombre destacado, viviendo una vida de aventuras…

Y entonces a este tipo común, viviendo un día de lo más ordinario, le sucede algo extraordinario que lo obliga abruptamente a sí mismo a entender cómo se lidia con tremendo desvío en su camino. Por supuesto, para no arruinar la historia a quienes aún no la leen, omitiré hablar directamente de ese problema.

Mientras más avanzaba en la lectura, me maravilló descubrir que el problema que afronta el protagonista en las primeras páginas se transforma en un personaje más de la novela; empieza a tener vida y a ser algo más que una sombra: el profesor necesita que esa situación lo acompañe hasta el final.

Lo interesante acá, y creo que lo más difícil, es convertir la rutina y la cotidianidad de la vida del profesor en una colección de momentos que van variando: algunos son muy simpáticos y divertidos, otros son más agrios, pero todos mantienen cautivo al lector. A riesgo de sonar injusta con otros escritores, creo que reviste más dificultad crear y sostener una narración que se va hilando en las cosas que uno podría hacer en la casa, en la calle, en la rutina de una vida social y familiar muy común, signada por alguno que otro momento relevante; y digo que es más difícil porque implica crear la ilusión de que no pasa nada cuando en realidad está pasando todo.

Quiero hacer un reconocimiento especial a los personajes entrañables que acompañan al protagonista, porque diría que casi todos, con excepción de la esposa, comparten con él la complicidad de un humor muy fino que personalmente disfruté muchísimo, sobre todo las ocurrencias y las conversaciones plagadas de ironía y sarcasmo entre el protagonista y su asistente en la universidad. En todo caso, nada acá es por azar y el humor es la herramienta para que uno no sienta lástima por el protagonista, quitándole a la historia un peso aciago que hubiese sido muy válido, si consideramos que el profesor de alguna manera es herido en su orgullo.

Esta es una novela inteligente, divertida; leyéndola me encariñé con la historia, con el profesor, con los personajes. De todas formas, debo reconocer que hay mucho sesgo en ese cariño que le tomé al profesor y su historia, porque de corazón amo a la economía, la más bella de las ciencias sociales, una disciplina que lamento muchísimo no haber escogido como carrera y que me llena de felicidad cada vez que intento abordarla de manera muy amateur, pero entusiasta y respetuosa. Ese mismo entusiasmo me llevó a subrayar todas las frases que aludían a la economía como estudio, todas muy acertadas. Sin embargo, quiero dejar acá una de las que más me gustó, que, pensándolo detenidamente, no deja de ser una posibilidad a considerar en nuestro propio día a día: estaba el profesor protagonista cavilando sobre una asignatura que suele dictar, llamada “Economía de la felicidad”, y concluye que, en el fondo, es una excelente asignatura porque “a los estudiantes les bastaba con aprender que todas sus angustias vitales eran apenas una ilusión de enfoque”. No es cualquier frase dentro de la historia, porque todavía me sigo preguntando como lectora si el profesor logró concluir que su propia angustia vital fue tan solo una ilusión de enfoque.

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