El autor
Reinaldo Arenas nació en Holguín, Cuba, en 1943, en el seno de una familia campesina; hijo de una madre fuerte y dedicada con la cual mantuvo una relación muy cercana y amorosa, a la vez que tensa, y de un padre que lo abandonó cuando tenía dos años. Desde muy niño descubrió las dos grandes pasiones de su vida: los hombres y la literatura. La gesta liberadora de Fidel Castro y sus barbones acompañantes de aventuras lo pilló siendo un adolescente que, optimista y esperanzado, se permitió apoyar a los revolucionarios. ¿Quién se atrevería a estar en desacuerdo con esos hombres nobles y luchadores que arrebatarían a Cuba de las garras del infame Batista? Reinaldo no fue ajeno a ello y, aunque no tuvo participación en ninguna batalla, ni luchó realmente, fue parte de los jóvenes que se enlistaron para ser un revolucionario más, mientras Fidel y sus compadres llegaban para quedarse en la Sierra Maestra. Por lo tanto, cuando Batista huyó y los barbudos pudieron salir de su escondite para avanzar hacia la capital, Reinaldo fue recibido en su pueblo como un héroe más. El primer sablazo que Arenas le pega a la revolución cubana en su libro es aclararnos que Fidel y sus aventureros «habían ganado una guerra sin que la misma se hubiese llevado a cabo».
No obstante, por aquellos años, muy pocos cubanos intuyeron que se había echado a andar una maquinaria propagandística de enormes proporciones que funciona aún el día de hoy: la revolución cubana ha sido romantizada hasta el hartazgo y la imagen de “salvadores” que tuvieron en su momento Fidel y su pandilla sigue vigente en el ideario de muchos, especialmente de los militantes de izquierda. Reinaldo, hombre inteligente y sensible, no tardó en darse cuenta de que los cubanos estaban reemplazando una tiranía o con otra tiranía y que, en la suma y resta, la dictadura que comenzaba a engendrarse se vislumbraba cruel e infinita. Pero el entusiasmo invadía todos los espacios en aquellos años. Cuenta Arenas que ese entusiasmo sumado a ese ente abstracto que es “el pueblo” justificó todas las acciones de los revolucionarios, pues ante todo ellos venían a salvar a los oprimidos y a reparar tantas injusticias a través de una venganza superior.
En este libro Reinaldo Arenas nos cuenta su vida privada y política, su vida de escritor, de amante y de lector. Nos relata sus penurias y alegrías; sus conflictos y su persistencia. No existe en esta autobiografía una escisión entre lo político y las vivencias cotidianas, porque ambas cosas nunca más se pudieron separar del individuo cubano; en verdad, el concepto de “individuo” desapareció y todos los cubanos, después de la revolución, pasaron en cuestión de unos pocos años a ser soldados de un Estado que todo lo controla y lo vigila, que todo lo puede dominar y contra el cual es imposible sublevarse sin salir herido de muerte. Cuenta Arenas en sus testimonios sobre las torturas del régimen que se instauró que, «antes de que Fidel Castro tomara el poder, ya habían comenzado los fusilamientos de las personas contrarias al régimen o conspiraban contra él; se les llamaba “traidores”; esa era y es aún la palabra».
Después del triunfo de la Revolución y de que Fidel se atornillara en el poder, las cosas comenzaron a cambiar rápidamente para todos los cubanos y la de Arenas es tan solo una historia, una parte mínima; una de tantas historias que comenzaron a multiplicarse como se multiplicaron la miseria y las penurias. Arenas pasó a ser beneficiario de la famosa educación gratuita cubana y obtuvo una beca para estudiar “Contabilidad agrícola”, una carrera que, como muchas, se constituía en un invento de los ideólogos de la revolución para ocultar tras la fachada de la formación profesional el adoctrinamiento ideológico que pretendía llevar a cabo Castro. Posterior a su titulación, Arenas duró algún tiempo trabajando como “contador agrícola”; aburrido de estar en una granja contando pollos sin mayor oficio ni beneficio, logró a través de algunos concursos literarios que ganó ser parte de la UNEAC (Unión de escritores y artistas de Cuba); una de sus obras premiadas fue Celestino antes del alba la cual se publicó en Francia. Reinaldo terminó contratado como funcionario de la biblioteca y recibía un sueldo que le permitía mal vivir. Es posible que convertirse en funcionario público llevó su vida de mal en peor, excepto por un momento glorioso que marcó su vida: cuando conoció a Jorge y Margarita Camacho, una pareja de cubanos que vivían en Francia y quienes pronto se transformaron en sus mejores amigos acompañándolo hasta el final. Jorge y Margarita lograron, entre otras proezas, sacar todos los manuscritos de la obra de Reinaldo durante los momentos más álgidos de persecución y censura, y facilitar su publicación en Francia, principalmente en la editorial en la que trabajaba otro escritor cubano ilustre: Severo Sarduy. También consiguieron darle ánimos y mantener su moral alta en los momentos más dolorosos. Incluso intentaron la locura de ayudarlo a huir, sin éxito, por supuesto.
Fue así como Arenas se transformó fuera de Cuba en un escritor muy famoso y admirado. Sus novelas tuvieron enorme éxito, pecado enorme para el régimen cubano, que lo persiguió con más violencia y lo castigó por tener la osadía de ser un crítico.
La traición
La revolución comenzó rápidamente a sacar lo peor de cada uno y la intuición de Reinaldo, sumada a su atenta observación del entorno y de los mínimos cambios que se escondían detrás de la euforia castrista, lo condujeron a esconder de la mejor forma que pudo su homosexualidad y sus ideas anticomunistas. En un principio intentó vivir sin estorbar a la revolución y sin que la revolución lo molestara mucho a él, aunque no la aceptaba en su fuero íntimo. Esta estrategia no tuvo éxito. Más temprano que tarde su homosexualidad fue un secreto a voces y sus ideas anticomunistas no tardaron en asomar a la superficie. Este libro tiene anécdotas brutales sobre ese camino lento y tortuoso en el que la ideología comunista intentó colarse a través de un Estado opresor en ese individuo que era Arenas y su lucha constante contra esa intervención forzada de un régimen en lo más íntimo de su vida. Todo en este libro está narrado con una belleza y una dignidad que solamente puede conseguir un cubano como Arenas, un cubano herido de muerte por el comunismo, pero que resistió la batalla con toda la dignidad, esperanza y fortaleza de la que pudo echar mano.
Hay pasajes y narraciones que sin duda no dejarán de asquear al lector; por lo menos a mí me parecieron repulsivas las descripciones de las torturas que tuvo que afrontar Reinaldo y muchos otros que él conoció; la obligación de confesar delitos que ni siquiera eran delitos y que, aunque así lo fuesen, él no era culpable; las numerosas traiciones de quienes parecían amigos cercanos e incluso íntimos, pero que, presionados por un Estado cruel y sanguinario, se veían obligados a vender hasta su propia madre con tal de salvaguardar la vida propia. Llegó un momento en el que todos eran traidores, todos eran culpables y todos debían ser vigilados de cerca, transformándose la vida en una espiral desquiciada: pensar les dolía a todos los cubanos porque no se sabía cuando algún delator te podía “leer” el pensamiento y acusarte de traidor. El humillante episodio del escritor Heberto Padilla, por ejemplo, es una de las escenas más dolorosas de este libro y una de las mejor logradas. Heberto Padilla debió confesar públicamente el terrible “crimen” de traición, después de una detención ilegal y de ser torturado hasta dejarlo irreconocible. Arenas, como muchos otros espectadores, la mayoría miembros de la UNEAC (Unión de escritores y artistas de Cuba), observó el acto de humillación; no contentos con una confesión personal de Padilla, los justicieros del régimen le pidieron delatar a todos los traidores, quienes a su vez debieron pasar al micrófono para declarar sus culpas. Nadie se atrevió a contradecir nada y todos confesaron y se arrepintieron dándose golpes de pecho. El crimen de Padilla fue escribir algunos poemas críticos del régimen.
Los cómplices y los dignos
Cabe destacar, dentro de las muchas historias que cuenta Arenas en este libro, las de aquellos escritores a los cuales él conoció personalmente y con los cuales incluso llegó a trabar amistad y que se mantuvieron como perros fieles del régimen, sosteniéndolo a toda costa. Muchos de esos intelectuales y escritores recibieron múltiples reconocimientos internacionales, no menos abundantes favores del régimen de Fidel y lograron mantener o mejorar incluso su estatus. Siendo críticos feroces del capitalismo, estos escritores lo practicaron en la más pura de sus formas, pues vendieron a excelente precio su pluma y su pensamiento, su dignidad, sus convicciones y sus ideas propias, a cambio de importantes beneficios de todo tipo, no solamente económicos. Se transformaron en cómplices de la crueldad y la tiranía y lo hicieron de buena gana. Nicolás Guillén, Cintio Vitier y su esposa Fina García-Marruz, Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, Alejo Carpentier y Miguel Barnet (a quien Arenas llama en su libro “Miguel Barniz”), entre otros, fueron parte de la maquinaria propagandística y amplificaron los supuestos valores y logros de una revolución que desde el exterior siempre ha sido mirada con romanticismo y envidia por la socialdemocracia y algunos liberales estadounidenses, mientras esconde en su corazón solamente miseria y muerte. Dentro de ese grupo de intelectuales al servicio de Castro, uno que merecería capítulo aparte es Gabriel García Márquez, sin embargo, Arenas solo necesita una línea para destruirlo: «García Márquez, hoy convertido en una de las vedettes más importantes que tiene Fidel Castro». Para una lectora como yo, profunda admiradora de la literatura cubana fue todo un desafío eso de “separar la obra del autor” después de leer este libro.
En contraposición, hubo escritores como Virgilio Piñera y José Lezama Lima, grandes amigos y mentores de Reinaldo, quienes mantuvieron su dignidad y su entereza aunque ello les costara pasar hambre, dificultades y la persecución constante del régimen.
El fin
Reinaldo Arenas intentó numerosas veces de las formas más desquiciadas y desesperanzadoras posibles huir del régimen. Lo consiguió por fin en 1980. En un arranque inesperado y después de un incidente sucedido en la embajada de Perú, Castro aceptó que todos aquellos que quisiera irse de la isla lo hicieran a través del puerto de Mariel, el cual habilitó entre los meses de abril y octubre para que diversas embarcaciones llegaran por los pasajeros. En ese éxodo caótico Arenas logró colarse gracias a que le cambió una letra a su apellido, dejándolo como “Arinas”. De lo contrario, no habría podido huir debido al numeroso prontuario que tenía para esos años.
En su exilio, Arenas enfrentó la realidad triste y descorazonadora: por donde él se movía el régimen castrista era visto con orgullo y admiración; se había transformado en un ejemplo de resistencia y lucha por un pueblo oprimido. Durante las numerosas invitaciones que le hicieron desde las más prestigiosas universidades del mundo, debió enfrentarse a las miradas de recelo e incluso a que lo llamaran mentiroso por querer evidenciar algo que parecía una mentira para todos: que el paraíso en la tierra no existe y menos en una isla gobernada por el comunismo. La revolución logró transformarlo en un paria, cumplía todos los requisitos para ello: ser homosexual, ser anticomunista y ser escritor. Esa marca de paria lo persiguió aún en su exilio en un país libre como Estados Unidos y en una ciudad tan cosmopolita como Nueva York.
Cuando Reinaldo decide suicidarse, en 1990, deja una carta breve y desgarradora en la que responsabiliza de todo a Fidel Castro y exhorta a los cubanos a seguir luchando por su libertad.
La belleza del dolor
Fidel Castro fue uno de los personajes más nefastos de la historia de la humanidad, pero su figura engrandecida de barbón revolucionario, de magnánimo salvador que llegó para liberar a Cuba logró anteponerse a la del tirano asesino que sumió en la miseria a una isla que lleva más de sesenta años cayéndose a pedazos. Muchas han sido las víctimas de los delirios comunistas en aquellos lugares del mundo donde se ha intentado su implementación; la suma es de unos 120 millones de muertos, de los cuales China puso unos 82 millones. Es amplia la bibliografía que documenta la crueldad de las iniciativas comunistas y leerla es un acto de valor que requiere estómago. Frank Dikötter y Robert Conquest, entre otros juiciosos historiadores, han documentado los oscuros años en los que millones de campesinos murieron por los delirios agrarios de Mao Zedong y de Lenin y Stalin, quienes junto con Pol-Pot fueron auténticas máquinas de carnicería humana. Después de leer este libro, achaco sin ninguna duda la muerte de Reinaldo al criminal de Castro. Lo paradójico de todo esto es que en medio del dolor y la miseria que el comunismo dejó a su paso se alzan voces de una profunda belleza y de las cuales podemos disfrutar hoy a pesar de lo triste que puede resultar leerlas. Reinaldo Arenas es una de esas voces y su historia será un poco nuestra después de leer Antes que anochezca.
1 comentario
Añade el tuyo →Maravilloso tu texto sobre Reinaldo Arenas, y la crueldad con la que fue tratado en los años de la revolución cubana. He leído a Reinaldo, en particular Antes que anochezca, y su obra sobre Fray Servando de Mier (El mundo alucinante). Debe mucho como tal, a Alejo Carpentier y a Lezama Lima.
La revolución cubana, debería irse al basurero de la historia, pero aun tiene defensores gratuitos, dispuestos en nombre de una supuesta dignidad a defender lo indefendible.
Con la obra de Arenas, muy personal, hay tres obras mas muy criticas con la revolución: Dulces guerreros cubanos de Norberto Fuentes, Nuestros años verde olivo, de Roberto Ampuero, que enfureció a Fidel y a Raul Castro, pero a mi me conmueve Informe contra mi mismo, de Eliseo Alberto, hijo del poeta Eliseo Diego. Hay una anécdota, que resume muy bien la postura de la intelectualidad progresista con la revolucion: Eliseo presento su libro en Madrid, y no falto el periodista que lo acuso de desconocer los logros de la revolucion, en particular en salud y educacion. El ataque fue bastante duro; Eliseo lo escucho, y le respondio «Puede que sea asi, puede que sea como usted dice, pero uno no se pasa la vida en la escuela y no quiere ir al hospital. En lo demas, es lo que yo veo».
Te felicito por el texto