literatura

Juan Gabriel Vásquez: el escritor elegante

catedra bolaño

Publicado originalmente en OtroLunes


A principios de Mayo de 2011, poco después de haber ganado el premio Alfaguara de novela, Juan Gabriel Vásquez visitó Santiago de Chile para dictar una conferencia en la Cátedra Bolaño de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales. Pienso ahora, por ejemplo, que en buena hora se me ocurrió grabar su conferencia sobre Hadyi Murad, el relato de Tolstoi, porque en la fila de atrás se sentaron tres muchachas a comentar, entre susurros y risas, los atributos físicos de Juan Gabriel, incluyendo su voz y su acento.

Un amigo en común nos había presentado a la distancia, por correo electrónico, y luego conversamos muy poco, no más de diez minutos antes de la conferencia y unos cinco después. Intercambiamos datos, además, porque para esa fecha, ya tenía yo en mente este dossier y le pedí una entrevista. Recuerdo ahora que cuando leí –con fascinación– Los Informantes e Historia secreta de Costaguana, me pareció que Juan Gabriel Vásquez tenía un estilo muy elegante. Cuando conversé con él –ese poco tiempo fue suficiente para darme cuenta– me pareció, además, un tipo elegante. Lo que me pasó después me confirmó, además, que es un hombre extraordinario.

Delito por bailar el chachachá

«Señor Juez, señor juez, mi delito es por bailar el chachachá.», dice una popular canción cubana de 1956, que ahora mismo escucho en voz de la Orquesta Aragón. No todos los libros tienen su banda sonora (como suelen tenerla las películas), pero Delito por bailar el chachachá no solamente tiene esta canción como inspiración del título, sino que su técnica de escritura se nutre de ritmos como el bolero y el chachachá.

Escrito por Guillermo Cabrera Infante y publicado en 1993, Delito por bailar el chachachá consiste es un conjunto de tres cuentos, de los cuales el último se titula igual que el libro. Los tres cuentos ocurren en el mismo lugar, con los mismos personajes, y las variaciones entre uno y otro cuento son lo suficientemente sutiles como para exigir a su lector un compromiso con el libro. En compensación al esfuerzo, el lector será transportado a una Habana maravillosa, a un restaurante pintoresco, a la conversación en medio de la intensa lluvia, de una pareja de amantes que se aborrecen y se odian y se aman a la vez y a una visión dura y ácida de una época histórica particularmente especial para los cubanos: 1956.

Debo confesar que esta obra me resultó fascinante pero compleja, en parte debido a lo que el mismo Cabrera Infante explica en su prólogo cuando se refiere al minimalismo musical que inspira su técnica: «esa música repetitiva a la que da sentido  (pero no dirección) su infinita repetición que es  una fascinación». A eso apuntan estos cuentos, a la repetición, y esta a su vez consigue ser exitosa gracias precisamente a la dirección que toma el lenguaje en la pluma del autor. Sin embargo, acto seguido, Cabrera Infante explica qué relación tiene esta repetición musical, con su repetición literaria: «La literatura repetitiva trata de resolver la contradicción entre progresión y regresión al repetir la narración más de una vez» . En esta obra la narración se repite, pero la ardua tarea de resolver la contradicción de la que habla Cabrera Infante, le queda al lector. Les aseguro: ese gran reto será un de un gran placer también.

Mención aparte merecen los guiños y frases del último cuento, el único de los tres narrado en primera persona. Las disgresiones del narrador son un deleite, como es deliciosa la agilidad con la que se van intercalando dentro de su divagación. Algunas merecen ser transcritas y no sobra decir que tienen su buen tinte político: «Comunista: animal que después de leer a Marx, ataca al hombre», «Stalin debió ser también un espíritu frío antes de ser una momia helada», y esta sutileza del primer cuento: «Los protestantes son católicos con insomnio».

Entrevista a Pablo d’Ors

¿Cómo enfrentas dos vocaciones que pueden ser chocantes? Digo, la religiosa, con la creativa. ¿Cómo se desarrollan y como desarrollas ambas?

Mi vocación sacerdotal

Cuando experimenté la llamada de Dios (y me estremece escribir algo así porque no quisiera tomar el nombre de Dios en vano y porque todavía me maravilla como nada en el mundo que todo un Dios haya podido dirigirse a mí), tenía diecinueve años, era estudiante de Derecho y acababa de ver la película Gandhi, que cito porque en aquel tiempo yo tenía la pretensión de ser nada menos que como él. Fue una iluminación, un derribarme del caballo, y ello hasta el punto de que yo, que antes no había pensado nunca en ser un hombre de Iglesia, tuve a partir de ese instante la certeza íntima e irrefutable de que eso era exactamente lo que tenía que hacer. Más tarde hubo crisis, como no podía ser menos, pero nunca crisis de fe ni estrictamente vocacionales. Fueron más bien crisis de identidad y de relevancia, es decir, que versaban sobre quién era yo y cómo debía actuar. En el momento inicial, tan intenso, fue decisiva la intervención de un misionero filósofo llamado Antonio S. Orantos, en primero quien encontré a un maestro -todo un lujo- y, finalmente a un amigo. También influyó, y mucho, la lectura de El peregrino ruso, un libro de espiritualidad oriental.

Entrevista con Ramón Cote Baraibar

Poemas para una fosa común, fue tu primer libro, y en el prólogo dices que «la fosa común» son los recuerdos. En el 83, cuando este libro fue publicado por primera vez, tú tenías solo 20 años. ¿Qué podía haber en esa «fosa común» a tan temprana edad, que dio lugar a los poemas del libro?

Pedro Cote.
Ramón Cote Baraibar. Foto: Pedro Cote.

Ese es el dilema. En el prólogo que escribí para la reedición de mi primer libro comenté que habría sido una falacia llamarlo Hábito del tiempo, como inicialmente se titulaba, por los pocos años que tenía y que llamarlo Fosa común se acercaba a lo que quería decir, olvidando que estaba dejando un dato por fuera, un matiz que podría pasar por político cuando lo que intentaba era todo lo contrario. De manera que a los veinte años uno también ya tiene recuerdos y uno sabe que muchos de ellos son insalvables, o al contrario, los recuerdos lo salvan a uno. En el caso específico de Fosa común, una gran parte de esos poemas los escribí cuando viajé a España en 1983 y por tanto quedaba atrás mi infancia y adolescencia colombiana. Al ver lo perdido, lo que solo era recuerdo, consideré que la memoria era un gran cementerio no de nombres sino de recuerdos anónimos, de fosas comunes. Además, Laura, ten en cuenta que mi padre murió cuando yo tenía año y medio, así que cuando uno nace con una ausencia, las presencias son más difíciles. Como dice Mark Strand, no escribo para encontrar un origen sino para compensar una pérdida.

Hay una especie de discusión en los poetas. Algunos dicen que puede existir una «musa» inspiradora, pero que no lo es todo para crear, también se necesita disciplina, compromiso. Otros por el contrario, creen que sí, que la poesía implica un «algo», esa musa inspiradora, que agarra en cualquier parte y hace surgir los versos. Tú qué dices?

Perdóname lo políticamente correcto de la respuesta pero creo que ambas condiciones son necesarias. Lo que me parece verdaderamente importante es que lo escrito, por causa de lo uno o de lo otro, mantenga un equilibrio exacto entre la

emocción, la reflexión y la escritura. No sé si recuerdas ese famoso ensayo de Auden en la Mano del teñidor -«Hacer, conocer, juzgar»- donde habla del Censor que todo escritor debe llevar dentro. Aún así, las musas deben ser oídas, como alguien quería, y también censuradas….

¿Cuál definirías como el poema más importante que has escrito. Y por qué?

Espero que me perdones el juego de palabras pero creo que cada época tiene su poema y cada poema tiene su época. Mira, alguien dijo alguna vez que uno antes de los veinte años debe escribir un gran poema, o al menos un buen poema, para poder seguir adelante. Y antes de los treinta y antes de los cuarenta. Recuerdo ahora la famosa frase de Delacroix según la cual un poeta a los veinte años es un joven de veinte años, mientras que un poeta a los cuarenta es un poeta.

Sé que todo lo que te he dicho anteriormente es para evitar contestarte, pero ya que me acosas tanto, me apuntas con el dedo cibernético, te diré que hay poemas con los cuales me siento muy a gusto: Carta rota, La soledad luminosa, y algunos de Colección privada como son los de Ginebra Benci, y el de Balthus.

También eres antologista. Ya en 1992 hiciste una antología de la joven poesía latinoamericana en Diez de ultramar. Y ahora preparas otra antología sobre poesía colombiana del siglo XX.  Y en tu antología personal, ¿cuáles son los autores que consideras más te han influenciado?

Eduardo Llanos me regaló una antología de la poesía chilena, editada en 1976, libro que todavía leo y releo, hecha por Jose Luis Martínez, si no me equivoco. Te lo cuento porque una de mis pasiones siempre han sido las antologías, no tanto como para llegar a los extremos maravillosos de Eduardo, a quien le conseguí un ejemplar de la Ultrantología, una antología del poema corto aparecida en Colombia en una edición de 300 ejemplares. Se la regalé con el gusto de que sabía que le estaba haciendo el mejor regalo del mundo. A los 18 descubrí una antología, bueno, dos, que me cambiaron la vida. La primera, la de la poesía norteamericana traducida por Cardenal y Coronel Urtecho, editada por Aguilar y la antología de la poesía nicaragüense, ésta publicada por el entonces llamado Instituto de Cultura Hispánica. No quiero detenerme en nombres pero es imposible no hacerlo… Mira, para mi Eliot, Sandburg, Laughlin, Stevens, MacLeish, W C Williams, Lowell se me clavaron en la mente como arpones. Y como lo mejor de toda antología es lo que sigue a continuación, es decir, la búsqueda individual de cada poeta, pude constatar que ese impacto inicial perduraba en sus libros. Y de los nicaragüenses, mira, hay un poeta olvidado que se llama Joaquín Pasos que es extraordinario. Su Canto a la guerra de cosas es maravilloso. Bueno, ni qué decir tiene cuando le seguí la pista a Pablo Antonio Cuadra, a Ernesto Mejía Sánchez y descubrí después a Carlos Martínez Rivas. Qué poetas, por favor!!

Y ya que me tiras de la lengua desde el ciberespacio pues te diré que Neruda, en mis inicios fue fundacional para mi, como más tarde lo fue Huidobro. Creo que todo poeta se divide en antes de leer Altazor y después de leer Altazor. Y, por otra parte, el descubrimiento, así lo fue para mi, de la poesía de Alvaro Mutis, fue una de las experiencias más decisivas y generosas y fructíferas de toda mi vida. Saber que el surrealismo no estaba en las calles de París sino en los hangares olvidados de los ríos colombianos fue algo que todavía me conmueve, saber que se podía hacer poesía con el paisaje, con la destrucción, o al revés, comprender que todo eso está repleto, rebosante de poesía. Saber que la palabra «zinc» es tan importante -y poética- como cualquier otra. Lo importante es encontrarle el lugar donde ponerla. El lugar exacto. Lee el Nocturno de Mutis y verás. «Las gotas sobre el zinc de los tejados…»

Bueno, creo que se me fue la mano, y eso que todavía no te he hablado de otra de las grandes influencias que he tenido: la generación española del 50. Me marcó y me marca, me emocionó y me emocionan, poemas de Claudio Rodríguez, de Gil de Biedma, de Barral, de Jose Angel Valente. Sobre todos los dos primeros son los poetas que creo haber leído más en mi vida. Mejor no sigo porque los que están leyendo esto se van a aburrir…  Te debo Elytis, Gamoneda, Simic, Paz, Sánchez Peláez, Enrique Molina, Strand, Teillier…

¿Me adelantarías algún nombre incluido dentro de la antología que estás trabajando para Editorial Visor?

Pedro Cote.
Foto: Pedro Cote.

Mira, lo que me pides es absolutamente imposible. Te cuento la anécdota de un poeta colombiano de los 50´s, Fernando Arbeláez, quien en 1964 hizo una excelente antología de la poesía colombiana. Veinte años más tarde alguien le preguntó la razón por la cual él vivía desde hacía tanto tiempo en Estados Unidos. Entonces Arbeláez contestó: «¿Se acuerdan que en 1964 hice una antología de la poesía colombiana…? Pues eso».

Si te los llegara a adelantar sería preciso contar con una carta firmada por notario en la cual me asegures tú que una vez «develada» la lista me recibirás en tu casa, me alimentarás durante tres años seguidos, saldrás a comprar los bombillos para la lámpara donde leeré hasta que la cólera de los compatriotas amaine… Así que ya sabes: si te los digo debes prepararte porque en abril te llego a Santiago con mis bártulos…

Oye, Laura, otra cosa. Y esta antología es, como todas las de la colección, esencial. De manera que se llamará Antología esencial de la poesía colombiana del siglo XX. Este trabajo será el tercer número de la colección que bajo el sello de La Estafeta del viento, como sabes la revista de la Casa de América, publicará en los próximos meses la editorial Visor. Ya han salido las antologías de Venezuela y de Chile, a propósito, excelente trabajo, hecha por Julio Espinosa Guerra. Me da tristeza reconocer que desconocía muchos nombres, pero me alegra saber todo lo que me espera cuando tire del hilo de cada uno.

¿Quién o quiénes crees que son los poetas de Latinoamérica más importantes para su historia literaria?

Te digo los que ya te mencioné: Mutis, Enrique Molina, Sánchez Peláez, Teillier, poeta este que he empezado a leer desde hace unos cinco años y me parece extraordinario. Y en esa lista hay que mencionar a Borges, Blanca Varela, Eielson, Paz, Villaurrutia, Hahn, Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Gelman.

Alguna vez me veía enfrentada a una discusión, en donde me decían que el hacer poesía y que la literatura en general, no podían contribuir en nada a especialmente a Colombia, un país con una situación tan compleja, que no tiene para cuando acabar. Son oficios mirados en menos. ¿Qué piensas acerca de la posible contribución social que pueda tener o no la literatura en general, en un país como Colombia?

Tu pregunta es compleja y por lo tanto la respuesta también lo será. Pero vamos por partes. No creo que la poesía en Colombia sea un oficio menor o no tenido en cuenta. He tenido la fortuna de estar dos veces en el Festival de Poesía de Medellín y las elogiosas palabras de Gonzalo Rojas se quedan cortas, he dictado talleres y conferencias, he dado lecturas en muchas partes de mi país con una convocatoria siempre impresionante, conmovedora, algo que nunca vi ni de lejos en España o Italia, o en Estados Unidos. Eso por un lado. Por el otro, me parece mucho mejor que la poesía no tenga ningún papel en el cambio de la sociedad porque dejaría de ser poesía y se convertiría en una herramienta de algo, perdiendo su pureza y su esencia.

Es muy curioso, Laura, que te digan que la poesía no puede contribuir en cambiar nada en Colombia, como si las personas que te lo preguntaran supieran cómo hacerlo. Me gustaría saber cómo ellos han contribuido y qué eficacia han tenido, para considerar a las artes en general como una condenadas.

–        Si pudieras ser un poeta, serías… Blaise Cendrars

–         Si pudieras ser una poetisa, serías… Safo (qué delicia sería el vivir al menos un día en Lesbos!!!!)

–         Si pudieras ser un poema, serías… Dygnum Est, de Elytis

–         Si pudieras ser uno de tus poemas, serías… Expedición Botánica

–         Si pudieras ser un libro de poemas, serías… Residencia en la tierra

–         Si pudieras ser un lugar de Colombia, serías… Barú

Y la última

Te gusta una mujer y un amigo en común de ambos te dice que el secreto para conquistarla es regalarle un libro, en lugar de flores, en la primera invitación a salir que le hagas. Decidido a hacerlo ¿Cuál crees que sería el libro ideal para lograr la conquista?

«Las personas del verbo», de Jaime Gil de Biedma, sin pensarlo dos veces y sin lugar a dudas. Allí hay de todo: amor, pasión, sexo, camas, moteles, pero también viajes, lunas, estados de ánimo que coinciden con las etapas sinuosas del enamoramiento. Se respira una libertad, un cierto feliz libertinaje, acompañado por una demoledora inteligencia y una sensibilidad siempre contenida pero con alto sentido de la carnalidad. Como lo recuerda en uno de sus poemas, siguiendo a John Donne, que el misterio del mundo es el espíritu, pero el cuerpo es el lugar donde se le lee. Y esa autocompasión fingida no era más que un disfraz para enamorar, tal como el propio GdBiedma lo confesó al decir que él empezó escribiendo poesía para divertirse y que le fue cogiendo el gusto hasta que se convirtió en una adicción, para lo cual tuvo que inventarse un personaje inteligente, guapo y bebedor llamado Jaime Gil de Biedma.