La paradoja de la libertad

Publicado originalmente en El Bastión

Estuve indagando y el misterio aún no está resuelto, no del todo. Todavía no se sabe si en aquel febrero de 1974 en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, Edmundo “Bigote” Arrocet interpretó de rodillas “Libre” de Nino Bravo como una forma de protesta por el naciente gobierno militar, o como una expresión de agradecimiento a Augusto Pinochet por haber evitado el avance de la Unidad Popular liderada por Salvador Allende. Lo cierto es que el episodio ha confrontado por años a la izquierda y a la derecha y que la canción, famosa en la voz de Nino Bravo, realmente fue compuesta por José Luis Armenteros y Pablo Herreros en honor a Peter Fetcher, un joven de veinte años quien fuera el primero que intentó burlar el Muro de Berlín, desesperado por cruzar hacia la libertad y que, por supuesto, murió en el intento.

https://www.youtube.com/watch?v=y6TDrxazYs0
Video No. 1. Libre por Bigote Arrocet | Festival de Viña del Mar 1974.

“Bigote” Arrocet emigró de Chile a España y allá se estableció logrando éxito en los medios. Al día de hoy todavía lo persigue la polémica de aquel febrero del 74, la cual él ha eludido con sutileza. Testigos del evento en esa época afirman que Arrocet hizo un preámbulo y dijo, más o menos, que iba a interpretar una canción sobre algo “que pudo haber pasado, pero de lo que Chile se libró”.

El episodio de Arrocet y la ambigüedad de sus múltiples interpretaciones políticas y simbólicas me fascina porque me permite siempre ejemplificar esa terrible paradoja de la libertad que se dio en Chile el 11 de septiembre de 1973. Llevo cerca de veinte años viviendo en Chile y amo a este país. Mis costumbres están permeadas completamente por la cultura chilena, hice mi carrera y mi vida en este país y acá está mi hogar. Están mis seres queridos vivos y también los muertos. Este país es maravilloso, pero cualquier bondad de Chile que yo pueda pintar en este artículo está marcada por un pecado original: el de la paradoja de la libertad.

En el 73, cuando los militares se tomaron La Moneda, muchísimas personas sintieron alivio y felicidad. Muchos, leyendo esto, pensarán que me refiero a personas “fascistas” o seres desalmados sedientos de sangre, pero quien viva en este país y haya conversado con un número considerable de chilenos de todas las edades y estratos sociales, siempre se encontrará con un pero: “qué terrible que haya sido una dictadura militar pero…” y después del pero viene la remembranza de los tiempos de Allende, la cual suele ser una muy triste. Descontando a los acérrimos fanáticos de la Unión Popular, a la izquierda más añeja y los que ignoran cómo fueron las cosas en esos años, son pocas las personas que, habiendo vivido en esa época, la recuerden con cariño.

No voy a justificar dictaduras. Soy liberal y, por supuesto, no puedo justificar la coerción y la violencia. Pero que no la justifique no significa que no intente entenderla racionalmente. Y en Chile se dio algo que yo llamo la paradoja de la libertad: la clase media chilena de los años 70 vio con alivio el avance de los militares, porque lo venía pidiendo a gritos. Son múltiples las historias y testimonios de lo sucedido en aquel entonces, desde las largas filas para conseguir cualquier cosa: pan, harina, huevos, aceite, hasta la desesperación de muchos que les tiraban maíz a los militares como una forma de llamarles “gallinas” por no querer atreverse a dar el salto.

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Video No. 2. Coco Legrand habla sobre el desastre de la economía socialista de Allende,

Si los más tozudos no quisieran dar crédito a los testimonios de aquellos que vivieron el gobierno de Allende, pueden ir directamente a las cifras que nunca mienten: hiperinflación, niveles de pobreza extrema, un control absoluto por parte del Estado, entre otros. El plan económico aplicado por Allende, conocido como Plan Vuskovic, se caracterizó por aplicar medidas de planificación central que se basaron sobre todo en la nacionalización y redistribución de los recursos. El resultado fue desastroso. Sebastián Edwards Figueroa, reconocido economista chileno, cuenta en su libro de memorias Conversación interrumpida cómo se controlaba hasta el precio de las bolsitas de té y cuenta varias anécdotas de cuando fue Jefe del Departamento de Precios –para que se hagan una idea del nivel de planificación central que había–.

Chile estaba a niveles que pueden equipararse a la Venezuela de hoy, y el contexto social y político de la época propició las condiciones suficientes para que los militares dieran el golpe. Sin justificar ninguna de las atrocidades cometidas durante dicho régimen, al día de hoy nadie que conozca esta historia lo suficientemente bien puede soportar la paradoja de la libertad que supone: unos militares se tomaron el poder para darle algo muy similar a la libertad a Chile, no solamente porque le arrebataron el país a un grupo de marxistas, sino porque lo devolvieron con un impresionante desarrollo económico que, al día de hoy, vuelve locos a todos los analistas.

Figura No. 1. Datos sobre el cambio de cara de Chile.

Otra cosa es cuando se trae a colación el hecho fundamental que fue la causa de dicha paradoja: los Chicago boys. El grupo de economistas graduados de la Universidad de Chicago, quienes idearon un programa económico lo más liberal que les fue posible y con el cual sacaron a Chile del pozo oscuro en el que se encontraba. El mentor de los Chicago boys fue Arnold “Alito” Harberger. Contrario a lo que muchos detractores de Milton Friedman les gusta enarbolar, quien realmente está detrás de la formación económica de los Chicago boys es “Alito”. Visto en perspectiva, considerando el impresionante progreso y desarrollo que consiguió Chile gracias a estas políticas económicas liberalizadoras, yo siempre sostendré que ningún político latinoamericano, con su buenismo extremo y sus populismos baratos, ha sacado tanta gente de la pobreza y le ha aportado tanto desarrollo a un país como lo hicieron los economistas del grupo de los Chicago boys y su mentor “Alito” Harberger.

Figuras No. 2 y 3. Fotografía de Arnold “Alito” Harberger (izquierda) | Fotografía de los Chicago boys (derecha).

La eterna vigilancia es el precio de la libertad” reza una famosa frase de Thomas Jefferson. Chile consiguió su libertad durante un gobierno militar: durante una dictadura. Puede molestarnos profundamente esa idea, pero es un hecho innegable. De hecho, como bien lo apunta Axel Kaiser, hablar de ese tema no resiste un análisis desapasionado y racional, porque nadie se reconcilia con esa forma de llegada de la libertad. Es la misma paradoja que se presenta cuando uno escucha a un cubano o a un venezolano, afligidos por los regímenes comunistas que los agobian, clamando por una intervención militar de Los Estados Unidos, la cual es vista como un hito liberalizador. Insisto, podemos estar en contra de esta paradoja, pero no la podemos negar: existió y existe. Como dice Thomas Sowell: “Todo es cuestión de trade-offs”.

Quienes aseguran que la economía no es importante y se puede experimentar con ella, que el control centralizado del Estado, y no la libertad, son el insumo necesario para la creación de la riqueza, quienes creen que se puede vivir en un país que sacrifica prosperidad en nombre de la “igualdad”, son aquellos que han dejado de vigilar la libertad y ya la dieron por sentada.

Supongo que Chile se quiere exorcizar del pecado original en el que nació su progreso y desarrollo, refundando al país a través de una nueva constitución y de matar completamente el modelo que lo llevó a tener niveles de pobreza extrema bajísimos, y de riqueza y movilidad social altísimos. Los principales contradictores de este modelo suelen llamarle el “infierno neoliberal”. Otros han dicho que Chile es “la tumba del neoliberalismo”. Varios más aseguran que el “modelo fracasó”.

Auguro que el resultado de ese delirio de culpa por el “modelo maldito” terminará en tiempos muy parecidos a los de Allende, que dieron origen a todo esto. Por el momento, no existe contradictor al modelo mal llamado “neoliberal”, ni opositor político o económico que haya logrado explicar con datos concretos y hechos fehacientes, sin recurrir a un relato apasionado cargado de victimismo, el éxito que vivió Chile. Pero si los contradictores se ven apurados para entender cómo diablos un país pudo ser el faro del progreso en Latinoamérica gracias a un gobierno militar y dictatorial, menos han podido responder a la pregunta más compleja de todas.

Al censo 2019 somos 1’450.000 extranjeros viviendo en Chile. Ustedes saben que la mayoría somos inmigrantes que llegamos a este país en búsqueda de oportunidades y progreso; muchos conseguimos salir de la pobreza acá. Mi pregunta, y espero que quien tenga la respuesta por favor se comunique conmigo y me la diga, es la siguiente: si Chile es la tumba del modelo, el hueco podrido del capitalismo ¿Por qué ese más de millón de inmigrantes somos tan estúpidos de vivir acá en el “infierno neoliberal”?

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