Mi abuela me enseñó a leer. A ella le debo, por eso, ser quien soy y también estoy segura que lo que definió mi vida para siempre fue el minuto exacto en que ella sacó un libro de fábulas y me dijo: «Bueno, vamos a leer».
Las fábulas fueron mi primer acercamiento no solo a la lectura, sino también a la literatura. Mi abuela tenía varios libros en donde se compilaban las mejores de distintos autores. Una de las que más nos gustaba leer era La gata mujer, del español Félix María Samaniego. Mi abuelo, que se sentaba a vernos a mi abuela enseñarme y a mí aprender, solía llamarme a carcajadas, por toda la casa, «¡Zapaquilda, la bella!, ¿dónde estás?». Desde hace muchos años que no leo fábulas, pero lo importante cuando las leo es que me devuelven al momento más importante de mi vida: cuando aprendí a leer.
La gata mujer
Félix María Samaniego
Zapaquilda la bella
Era gata doncella,
Muy recatada, no menos hermosa.
Queríala su dueño por esposa,
Si Venus consintiese,
Y en mujer a la Gata convirtiese.
De agradable manera
Vino en ello la diosa placentera,
Y ved a Zapaquilda en un instante
Hecha moza gallarda, rozagante.
Celébrase la boda;
Estaba ya la sala nupcial toda
De un lucido concurso coronada;
La novia relamida, almidonada,
Junto al novio, galán enamorado;
Todo brillantemente preparado,
Cuando quiso la diosa
Que cerca de la esposa
Pasase un ratoncillo de repente.
Al punto que le ve, violentamente,
A pesar del concurso y de su amante,
Salta, corre tras él y échale el guante.
Aunque del valle humilde a la alta cumbre
Inconstante nos mude la fortuna,
La propensión del natural es una
En todo estado, y más con la costumbre.