Bomarzo fue una lectura inesperada este año. Nunca me había acercado a Manuel Mujica Lainez y lo hice sin mucha insistencia gracias amigo muy querido quien, con muy buen tino, me describió un cuento de Crónicas reales. Entonces fui corriendo a leerlo. Este mismo amigo me propuso ir más allá: leer juntos Bomarzo, la que es considerada la obra más importante de Mujica Lainez.
Hicimos un ejercicio de lectura maravilloso que duró varios meses y que me hizo muy feliz. Cada capítulo que íbamos terminando, lo comentamos y lo desmenuzamos, encontrando todas las cosas que nos llamaban la atención, las referencias históricas – que son abundantes en este libro – y lo que llamamos spinoff, pequeños apéndices de la novela, otras lecturas que nos abrían otras puertas alrededor de la misma historia.
Se habla muchísimo de las obras cumbre de la literatura latinoamericana y, sin duda, se le da su buen sitio a las más emblemáticas, sin embargo, creo que a Bomarzo aún no se le da ese sitio que merece, que se parece más a un trono que a un banco al costado en el parque en donde todas las obras tienen sus monumentos.
Bomarzo existe y esto es parte del encanto. Es una pequeña ciudad italiana, en la región del Lacio, específicamente en la región de Viterbo. En Bomarzo existe un Sacro bosco también conocido como Parque de los monstruos ideado y materializado por el duque Pierfrancesco Orsini, de la ilustre casa de los Orisini, quienes históricamente fueron los feudos de dicho lugar. Escrita así, esta pequeña reseña de Bomarzo como lugar es simplemente extracto de cualquier libro de historia. El encanto del Sacro bosco, que hizo cavilar sobre su significado a Dalí y a Cocteau, se lo dio un escritor argentino, Manuel Mujica Lainez, conocido por todos como Manucho.
Bomarzo es la autobiografía novelada de Pierfrancesco, un hombre de su época y de todas las épocas, adelantado en muchos aspectos y muy atrasado en otros. Un personaje perfectamente ejecutado porque es imperfecto hasta el hartazgo. No podemos ser indiferentes a su forma de ver el mundo, de admirar el arte, de amar a las mujeres y hombres que se cruzaron por su vida. Pero, sobre todo, es pasmosa la capacidad que tuvo Mujica Lainez para construir a este personaje y todo lo que lo rodea, deshaciéndose por completo de su impronta argentina. En sus obras más relevantes, a García Márquez se lo reconoce por su realismo mágico plagado de caribe, a Vargas Llosa por su capacidad de retratar al Perú y a Juan Rulfo por ese innegable ruralismo mexicano, sin embargo, a Mujica Lainez, en la que es su novela más celebrada, no hay rastro alguno de Argentina – aunque eso no le impida sutiles pinceladas de Buenos Aires -.
Después de leerla, no me cabe duda de que Bomarzo fue escrita mientras el autor estaba poseído por los espíritus de Stendhal, Balzac, Dumas y Flaubert. No exagero cuando digo que esta novela puede perfectamente compararse a las obras maestras que dieron origen a lo que hoy conocemos como novela. Por otro lado, el trabajo de investigación y documentación para escribir esta novela se puede sentir en cada frase. La vida de Pierfrancesco Orsini no es precisamente una muy documentada. Fuera de su idea de construir el Sacro bosco poco se sabe de él y tiendo a creer que existe en gran parte gracias a que Manucho le inventó esa vida impresionante. Pero aun cuando un autor tiene licencia para inventar, no es posible hacerlo al azar, se necesita también la capacidad de hacerlo todo verosímil y, para lograrlo, se requiere además de un contexto apropiado. Es así como la historia de Orsini es la de una familia del Renacimiento, la de una Italia floreciente en arte, pero también de guerras y batallas entre familias rivales; es la historia de los Médici y de las intrigas papales de la época; de las venganzas y del amor más libre del que se ha tenido historia; es la historia de unos monstruos que antes de ver la luz en la piedra en la que fueron tallados, existieron en la oscuridad interna de un hombre de su época.
Cualquier elogio a la forma de escritura, al estilo, al ritmo y a la narración de Mujica Lainez carece de fuerza. Quizás está en su uso de las comas y esto no es una idea mía, sino que la tomo prestada del amigo con quien leímos este libro. Me dice él que la sintaxis de Manucho tiene su sabor en el uso de las comas y es ello lo que da a sus novelas un estilo diferente. Comparto esa idea y otras más que rescato de nuestras interminables charlas sobre el tema, como por ejemplo la belleza en la descripción de los lugares y la ambientación de cada escena de la vida de Orsini, todo de acuerdo con la intensidad del momento, que nos llevó a admirar por horas las obras de Lotto, Michelangelo, pero también a leer a Vasari y sus famosas biografías de pintores del Renacimiento o a filosofar con Paracelso. Todo lo que he intentado hasta ahora es describir el efecto de esta lectura en mí, pero todo intento puede ser vano: Bomarzo es por sí sola un monstruo más.